Al contrataque

El 'sí' de los náufragos

Del ciberespacio a la isla de Robinson Crusoe. Este es el último destino al que nos envió el martes el mismísimo presidente del Gobierno. Los catalanes hemos pasado de estar perdidos en el limbo a ser unos náufragos, y hasta aquí la única novedad: a falta de argumentos, metáforas. Los desesperados deseos de que el martes hubiera un mínimo resquicio que permitiera intuir alguna concesión, algún minúsculo gesto, se desvanecieron definitivamente ante esta pétrea muralla constitucional levantada con el ladrillo monosílábico del no. Nada se esperaba de la bancada popular, sin margen de maniobra ante el marcaje por toda la pista y desde el flanco derechonacional al que la somete Rosa Díez, que vive en exclusiva de lo que más dice detestar, es decir, de la cuestión catalana. La única tenue esperanza era la prometida y nunca vista glasnost de Ru-balcaba, que solo alcanzó a enunciar una vaga, difusa y trasnochada reforma constitucional, incapaz de entender que no estaba hablando ante tres políticos sino ante la mayoría abrumadora del Parlament. Llegó la hora de votar y el PSOE, pudiendo imitar el gesto honorable de Izquierda Unida, apretó el mismo botón que aprieta desde hace décadas el PP. Cuando ya se habían apagado las luces del hemiciclo nos dimos cuenta de que ni habíamos reparado en el PSC, humillado con ese silencio espectral al que te obligan cuando solo eres una franquicia: un partido que parece tan activo para ir a captar votantes de Islamabad en Ciutat Vella contra sus propios candidatos pero que dimite tan gustosamente cuando tiene que votar en contra del derecho a decidir que llevaba en su propio programa.

La muerte de la tercera vía

La conclusión es que la simbólica escenificación del martes no fue una votación sino un entierro. Con la marcha fúnebre de fondo de los discursos del no se certificó el deceso de algo que nunca ha llegado a nacer: la tercera vía. No es que en el debate, como dice la queja recurrente, no se aceptasen los grises, es que simplemente nadie los quiere. Estos furibundos defensores de los puentes tenían ante sus narices el maravilloso botón de la abstención, pero prefirieron apretar el rojo. El resultado es que ahora queda ya solamente espacio para un combate fratricida entre el  y el no. El viejo constitucionalismo, autoencerrado en el callejón del no, es ya solo rechazo y negación. Como se vio el martes, la paradoja es que el único proyecto de futuro que hay en estos momentos en España es el que quiere romperla. Este  sencillo a votar tiene la virtud luminosa de proponer, y por lo tanto de ilusionar. Esta España que niega antes incluso de pensar ha cometido el error fatal e irreparable de entregar el  al soberanismo y le ha regalado una ventaja tan decisiva como la de tener blancas en el ajedrez. Por todo ello, esos supuestos náufragos que perdieron la votación del martes en realidad son los que van ganando.