No me negarán ustedes que Cristóbal Montoro no tiene algo de personaje de película española preconstitucional, de cómic de Ibáñez. Su gestualidad, el retintín de su voz, la estética que gasta y esa ironía inspirada en el chop suey chino (revuelto de todas las sobras) le convierten en un figurante político peculiar. Cristóbal Montoro acostumbra a dar la nota. Este inefable ministro de Hacienda y Administraciones Públicas va de sobrado. No solo no se arruga ante los medios de comunicación y adversarios políticos, no, incluso se permite el maltrato de sus correligionarios. ¿Exagero? Pregúntenle a la señora Sánchez-Camacho qué piensa hoy del ministro en cuestión. Cristóbal Montoro ha disparado obuses y metralla contra el cine español. Las valoraciones del ministro acerca del pasado y presente de nuestra industria cinematográfica y audiovisual supuran venganza con agravante de mezquindad manifiesta. Montoro es reincidente compulsivo al respecto. No hace demasiado tiempo arremetió contra los actores españoles acusándoles de no pagar impuestos; ahora se descuelga opinando sobre la calidad de las producciones ‘made in Spain’. ¿Qué pretende don Cristóbal?
A lo largo de los últimos tres años las ayudas al cine han caído un 58% dibujando un panorama poco esperanzador. Las palabras de Montoro no acostumbran a gozar del don de la oportunidad. Nuestro hombre ha soltado sus bravatas precisamente en una semana en que cuatro films españoles ocupaban el 'top ten' con ‘Zipi y Zape’,’ Las brujas de Zugarramurdi’ o ‘La gran familia española’... Desconozco las aficiones y preferencias cinematográficas de este vengativo ministro. El dato no tiene mayor importancia. Ahora bien, mucho me temo que es uno de aquellos personajes que entre amigos, o en la barra del bar, gusta denostar nuestra filmografía con el viejo y repetido cliché: "Va, no vale nada, es una ‘españolada’".
Mariano Rajoy tiene un nuevo problema para añadir a su lista