De las intrigas palaciegas que publicaba el domingo este diario sobre el Vaticano, entre los detalles sobre la corrupción imperante en las finanzas del pequeño gran Estado y las luchas fratricidas en la carrera por la sucesión deBenedicto XVI,destacaba la referencia a la filtración de un informe que había puesto fecha -antes de 12 meses- a la muerte del Papa. Al instante, la noticia adquiría el tono de las pinturas renacentistas de losBorgiay un amargo aroma de cianuro.
Después de siglos de probadas muestras de corrupción, intrigas y ambición terrenal en esa guarida de oropel, no deja de causar una ingenua sensación de estupefacción que el Vaticano y su curia, con sus miserias al descubierto, sigan erigiéndose en garantes de la moral. Una institución caduca, envenenada por la codicia y la senectud, que se autodesigna la única depositaria de la verdad evangélica y dispensa en exclusiva los salvoconductos de la fe auténtica. Un poder que extiende sus tentáculos hasta los últimos confines del planeta, que cimenta su poder material en la riqueza e impone su autoridad moral a la pobreza. Una monarquía absoluta que goza de prebendas y privilegios por parte de las democracias más consolidadas y sustenta su vasta influencia gracias a la complicidad de todos aquellos que, por buena fe o puro interés, les conceden el cuidado de sus almas. Peligrosos custodios.