«Señor, le pongo el cargo a disposición».
-¿Por qué? Usted cometió un error y ya pidió disculpas reiteradamente.
-Da igual. Se lo pongo a disposición.
-Un poco de calma. Debería aprender a distinguir entre lo que le pasa y lo que realmente le pasó. Y saber que entre lo uno y lo otro cada vez hay más distancia. Ante la polémica, a pocos les interesa profundizar. Nadie sabe quién es nadie. Ni cómo empieza la historia. Nadie cuenta que fue usted el que pidió disculpas y no la empresa.
-De todos modos, yo no estuve bien.
-Esto también les pasa a otros.
-Yo solo me preocupo de lo que yo hago mal, jefe.
-Abra los ojos, López, y preocúpese de lo que también hace bien, que eso también hay quien lo valora…
-Espero que nos entendamos. Nosotros fuimos de los pocos que dimos voz al colectivo, mientras los echaban a golpes de las plazas…
-Olvídese. De eso hoy ya nadie se acuerda, ni se quiere acordar. Hoy solo vale el instante. Lo superficial. Hoy todo es «me gusta» o «no me gusta». Como en el circo romano, aquí solo hay que levantar o bajar el pulgar.
-Nosotros intentamos comprometernos con lo que hacemos. Discutir argumentos. Buscar elementos de responsabilidad.
-Pues tal y como vivimos, este planteamiento está destinado al fracaso, López. Cuando todo está tan mal, ¿a quién le interesa la responsabilidad? Ni se la van a comprar para subrayar a los causantes económicos de la crisis ni tampoco para apuntar las posibles salidas si estas solo pueden ser dolorosas. No le interesa a ninguna de las partes implicadas. Y de esto no se libra nadie.
-La realidad es muy dura. Prefiero buscar otro trabajo que permita la evasión y el buen rollo.
-No le vamos a dejar marchar.
-Intento explicar lo que pasa, pero cada vez todo es más incomprensible.
-Jódase. Y si quiere compagine. Pero usted de momento se queda aquí. Y le quiero valiente y comprometido, ¿eh?