Conviene hacer una primera subdivisión en la categoría padres-durante-el-verano: distinguir si hablamos de padres casados o separados. Y, dentro de este nivel de análisis, deberíamos profundizar y mencionar tanto los padres que pasan la parte del verano que les toca solos, con los hijos, como los padres que, con una nueva pareja, deciden dar el paso de convivir 15 días de agosto con sus hijos y con los hijos de la mujer con quien, según se dice, han rehecho su vida. De los primeros, los casados, podemos afirmar que es probable que, una vez acabadas las vacaciones, se den cuenta de la magnitud de la tragedia. Es una posibilidad. El verano ofrece amplísimas vistas del estado de la cuestión. De los segundos, muchos de ellos abocados a una convivencia desconocida, podemos asegurar que se esfuerzan por ofrecer un panorama idílico en una especie de lucha sin cuartel. Agosto es un mes que se convierte en un campo de batalla para los que contemplan la separación como una guerra para ganar afectos. El caso más complicado es el de la simbiosis multiparental. Un padre necesita grandes dosis de sangre fría y de serenidad zen para conseguir el nivel de equilibrio emocional que le permita actuar magnánimamente con los suyos sin parecer un ogro para los de ella. Son los momentos críticos de un mes de trasiegos donde se reclama con urgencia la rutina escolar de un septiembre más reposado. Y pautado.
Dos miradas de verano
Padres y compañía
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