La gestión del Govern

Un obús a la cultura

CiU vuelve a la política cultural centralizada, dirigista y basada solamente en términos de mercado

Un obús a la cultura_MEDIA_2 / LEONARD BEARD

La conocida como ley ómnibus modifica demasiadas cosas y demasiado importantes en un único proyecto legislativo, pero en todo caso revela de forma diáfana líneas maestras e intenciones políticas del Govern de CiU. En términos culturales, dibuja un nuevo modelo de funcionamiento que, más que ser una respuesta a la crisis, la aprovecha como excusa para generar un nuevo tablero de juego más reduccionista que el actual. Independientemente de su trámite parlamentario y de las modificaciones que de él se deriven, vale la pena analizar a grandes rasgos el cambio de rumbo que propone.

1.Recentralización de la política cultural.Las políticas culturales más avanzadas exigen organizaciones complejas, en las que la unidad central cede la gestión de los asuntos cotidianos a organismos intermedios y, en cambio, dedica sus esfuerzos a la reflexión estratégica y a vislumbrar y generar respuestas a los retos de futuro. En nuestro país, las entidades autónomas como la Institució de les Lletres Catalanes, la Biblioteca de Catalunya o el Museu d'Història; los consorcios como el MNAC, el

Macba o el CCCB, o fundaciones como la Joan Miró o el Teatre Lliure hacen esta función intermediadora entre la política cultural y los servicios que llegan a los ciudadanos. En buena medida, la calidad de un sistema cultural reposa en el potencial de estos equipamientos, y es evidente que en los últimos años el salto cualitativo ha sido indiscutible. Hace pocos días, en cambio, elconsellerMascarelltildaba de Frankenstein este sistema de programas e instituciones culturales para justificar una revisión a fondo de su funcionamiento. Aparte de recordarle que lo más inteligente en política es no tocar demasiado lo que ya funciona, centralizar la gestión a través de agencias, proponer fusiones entre centros culturales (unir el Macba, el CCCB y la Filmoteca solo servirá para reducir la diversidad de puntos de vista) o generar macroinstituciones adscritas a laconselleriareproduce viejos esquemas burocráticos, en las antípodas de lo que hoy necesitan esos espacios y programas, que no es otra cosa que autonomía y flexibilidad.

2. Una visión mercantil de la cultura. Hoy es reiterativo señalar la importancia de la cultura en el crecimiento económico de un territorio, pero en cambio hay que enfatizar que la cultura no puede quedar reducida a su dimensión económica; hay vida cultural más allá del mercado. La creación del Consell Nacional de la Cultura i les Arts (Conca), funcionando en paralelo al Institut de les Indústries Culturals, era la plasmación de esta visión en el organigrama de laconselleria. Es muy importante que un Gobierno atienda la producción cultural que circula fuera del mercado, al menos con la misma intensidad que las necesidades de las empresas culturales de su país. Pensar que los déficits de nuestra cultura son exclusivamente de falta de mercado es no entender que la economía y la cultura son dos esferas autónomas en una sociedad, tan necesarias una como otra.

3. Confundir el trabajo del político y el de los expertos.Las políticas culturales han ido separando con claridad los ámbitos propios de la intervención política y aquellos que exigen un tratamiento técnico y profesional. Por ejemplo, la concesión de ayudas a proyectos artísticos (como en las becas a la investigación científica) es lógico que corresponda a expertos y profesionales con criterio suficiente para jerarquizar el interés de las propuestas presentadas; en cambio, establecer la dotación presupuestaria de la partida de ayudas es claramente una decisión política. En otro orden de cosas, decidir el director de un museo o del Auditori debería seguir el mismo procedimiento que la elección del jefe de oncología de un hospital, una decisión que hay que poner en manos de expertos que garanticen un proceso transparente y basado en los méritos de los candidatos. La ley ómnibus, con la reducción de funciones del Conca y de la Institució de les Lletres Catalanas o con la creación de la agencia del patrimonio, huele a dirigismo político, aquella clásica patología de las áreas de cultura que consiste en políticos que quieren pasar por expertos.

Centralizar la política cultural en vez de continuar en el sentido inverso, reducir la visión de la cultura a términos exclusivamente de mercado y el dirigismo cultural han sido los caminos clásicos del nacionalismo conservador. Algunos creían que «el Govern de los mejores» rompería con estas inercias ideológicas. Siempre tiende a pasar lo contrario: el último en llegar debe hacer más puntos que los demás para justificar su presencia en un Gobierno aparentemente ajeno. Hoy hace falta una acción de gobierno que impulse, riegue, dinamice, preste atención a las especies culturales más desprotegidas, a los creadores más emergentes, deje hacer a los que saben (la cultura no la hacen los gobiernos), genere confianza, aventure nuevos proyectos y sea consciente de que lo más importante de la cultura no es su contribución a la economía: su rol principal es el de reencontrar el sentido a un mundo que camina cada vez más desorientado.

Exdelegado de Cultura

del Ayuntamiento de Barcelona.