Cualquier acercamiento al fenómeno de los indignados debe contemplar la posibilidad de incurrir en un grado altísimo de generalización. No podemos decir que «todos» son violentos o que «todos» desprestigian la corriente de simpatía que consiguieron tras el 15-M, del mismo modo que no puedo escribir que «todos» se conectan a la red a través de un iPhone 4. Pero creo que podemos asegurar que hay muchos -la mayoría- que han optado por la violencia, porque impedir una reunión del Parlament (y de declararlo con todas las letras) implica un grado de imposición ilegítima que tiene, como símbolo, la execrable cruz pintada en la espalda deMontserrat Tura,pero que esconde mucho más que un estallido extemporáneo y descontrolado. No estoy de acuerdo con la teoría de los exaltados que actúan como provocadores. La provocación primera es negar la representatividad de los parlamentarios desde la atalaya de los que dicen representar (¿ellos sí?) a todo el pueblo. El movimiento ha tenido (y quizá tendrá) momentos de gloria: el grito es una explosión necesaria, enojada y terapéutica. Pero cuando se transforma en mensaje, el movimiento deviene mesiánico, es decir, despreciativo. Y usurpador de la democracia. Es una democracia frágil -de acuerdo-, miserable y corrupta. El peor de los sistemas. Si exceptuamos todos los demás, como dijo en 1947 aquel sorpresivo premio Nobel de Literatura.
DOS MIRADAS
Yo, también indignado
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