El turismo tiene aspectos muy divertidos. Hace unos días, en Gernika, una mujer se fotografiaba ante un tronco enorme, sin copa, en medio del Parque de los Pueblos de Europa, cerca del famoso árbol, que ahora es también un tronco descabezado. Ella y sus amigas estaban cansadas después de haber subido hasta la colina donde está la Casa de Juntas y, por lo que parece, ya no estaban dispuestas a buscar más en medio de esa vegetación. Lo cierto es que la mujer decidió que ese tronco era el árbol de Gernika, aunque el original, el auténtico y estropeado árbol, estuviera en otro lugar, muy cerca de allí. Ni lo vio. O quizá sí, y pensó que ese tronco, en mitad del monumento circular de columnas, era una estatua más del recorrido. Con semblante solemne, se agachó, apoyó la barbilla sobre el tronco que no era, y ya está. Ya tenía la foto. Después bajó las escaleras y, cerca del Memorial del batallón Gernika, entró en una pastelería donde vendían una especie de rocas de chocolate envueltas en una caja que reproducía el simbólico cuadro dePicasso. Esa ciudad emblemática, sometida a la vileza del mal porque sí, ese escenario de muerte y desolación, se convertía, años después, en una foto ante un tronco sin pedigrí y en unas rocas comestibles. Hoy hace 74 años que la aviación nazi destruyó el pueblo en un ensayo ignominioso de la guerra que se acercaba. No sé si pensará en ello mi querida y despistada turista.
Dos miradas
Turistas y bombones
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