Zapatero ya no se anda con chiquitas. Ayer zanjó de una vez por todas la ampliación de la edad de jubilación obligatoria. Y, además, lo argumentó razonablemente: si países más ricos como Alemania y Francia ya lo han hecho, una economía media de la UE como España no podía dejar de hacerlo. Algún estúpido le llamará a esto la intervención del directorio europeo. Lástima que cuando mandan los que a él le gustan lo llama europeísmo.
En enero de este año, Zapatero cometió un error, un inmenso error. Desautorizar el borrador del plan de consolidación fiscal que la vicepresidenta Salgado envió entonces a la Comisión Europea. Aquel acto tuvo unas consecuencias funestas. Europa, en primer lugar; los países de la UE, en segunda instancia; y los mercados, en último lugar, pensaron que efectivamente la marcha de Solbes de Economía significaba de facto el abandono de la ortodoxia económica por parte de España. Febrero y marzo fueron meses de caída libre de la deuda española. Y desde finales de abril, a raíz de la crisis griega, el presidente no hecho otra cosa que cumplir al milímetro el plan fallido de enero.
Precio demasiado alto
Y Zapatero ha pagado por ello. Ha tenido que asumir el sambenito de plegarse a Europa y de estar intervenido. Ha tenido que librar batallas políticas y sindicales en la más absoluta soledad. Hasta acabar con el recorte de las pensiones. Y lo más dramático es que este sacrificio no se verá todavía recompensado. El primer semestre del 2011 será horroroso. Pero sin estas medidas hubiera sido directamente el precipicio.