El turno

La vuelta a Catalunya en 80 días

Que son, aproximadamente, los que faltan para las trascendentales elecciones -a decir del president Montilla- a través de las que el pequeño mundo catalán podría darse la vuelta, como un calcetín, a sí mismo. Trascendentales lo serán, en todo caso, para él y los suyos

-o para los otros- porque algo me dice que la gente de a pie no estamos por la labor: la creciente desafección no afecta solo a Madrid.

¿No se han dado cuenta aún, señores políticos, de que su palabrería y sus gesticulaciones, por repetición, son más aburridas que observar cómo se seca una pared recién pintada? La música no nos gusta y la letra es la de siempre. O aún peor cuando, para sorprender, acuden al «donde dije digo, digo Diego», no por profunda reflexión sobre el asunto, sino porque el secretario de organización de turno habrá tenido acceso a algún informe sobre qué nuevos anzuelos conviene lanzar para capturar más y mejor pescado.

Vayámonos preparando para el procaz espectáculo de que cada candidato presuma de tenerla más larga que el otro y no conceda a los argumentos del adversario

-porque no le escuchan- la más mínima opción de que en ellos anide una pizca de verdad. Pronto inundarán las calles, las teles, los buzones de señores sonrientes que recorrerán los barrios y mercados en mangas de camisa besuqueando a niños y ancianitas y llenarán los mítines de figurantes que hacen ondear banderas a los acordes de alguna música vibrante, para parecer americanos y no de este pequeño país en busca de sí mismo.

No creo que estemos ante las elecciones del cambio, porque todas las liturgias que las preceden se asemejan demasiado a las habituales. Sí, puede ser que de aquí a 80 días Catalunya cambie de color político, pero mucho me temo que el hámster del desencanto seguirá girando indefinidamente sobre su rueda. Que alguien nuevo invente urgentemente algo nuevo, por favor.