Vino de mi cosecha

Copa en el Almadraba

Copa en el Almadraba

Esta es la última copa del vino que les he invitado a beber este mes de agosto. Ahora, echando la vista atrás, he vuelto a la libreta marrón donde escribí los posibles temas que me tendrían que ayudar como salvavidas para no naufragar en el día a día de esta cosecha. No quiero pasar sin aprovecharlos, benditos almohadones, que también lo son, siempre prestos para mitigar el golpe, para evitar la terrible sacudida de la página en blanco, que no es ningún mito y que, aun así, existe.

He querido hablar de las exposiciones deMiquel Barcelóen Avinyó y Barcelona. Del aprovechamiento de las cosas que se dan, ofrecidas por la naturaleza, azarosas y sin sentido, y que él convierte en pieza artística porque incorpora el aliento de quien ve, más allá del accidente, una llamada que debe escucharse y traducirse. He querido hablar de otra muestra, la deNarcís Comadiraen el Museu de Montserrat, una deslumbrante antología personal por su trabajo con la tradición y por la incorporación solar de colores contundentes y primigenios. Un discreto día de agosto, en una visita discreta, el sacerdote y filólogoModest Pratsacudió al monasterio para entregar un crucifijo queComadiraesculpió hace más de 30 años. Una talla de madera de raíz románica, vigorosa y esencial, quePratstenía en su despacho como un regalo precioso del poeta y pintor, y que ahora reposa en la calma benedictina. He querido hablar, también, de la sierra de Tramuntana de Mallorca, un espacio que lucha por ser protegido en medio del desmadre, una espina dorsal bella y salvaje, con caminos, acantilados, tradiciones y misterios. También de la mezquita que quieren levantar en lazona cerode Manhattan, que es un asunto, lo confieso, sobre el que no tengo una opinión formada. A veces, escribir artículos es un método para saber qué artículo debes escribir.

He querido hablar -y no lo he hecho tanto como habría querido- de política. De la decisión que tarde o temprano deberán tomar los militantes del PSC (y no porque lo digaFelip Puig)sobre su pertenencia a un proyecto honesto pero herido, falto de una atrevida propuesta sobre la nación. Quizá deberían leer lo que diceFerran Mascarell,que es la voz progresista más sensata del momento. He querido hablar de la tramontana, por qué no, y de lo salvaje que resulta nadar a contracorriente, mientras en el exterior hace frío y, dentro del mar, vives en una cálida burbuja.

Arrastrado por esta tramontana, vuelvo a Roses, a la playa de L'Almadrava. Casi como si fuera un conjuro, como una tradición (hace años que me lo impongo), escribo esta última columna frente al golfo. Pese a las espantosas edificaciones de la costa, peses a los edificios abandonados y lúgubres, pese a los siniestros ecos de esa oscura urbanización llamada Empuriabrava, todavía hay, en esta parte del mundo, un perfume griego, una forma civilizada de entender la convivencia. El mejor ejemplo es la terraza desde donde veo las barcas que llegan al puerto. Es la del hotel que hace ahora 40 años levantó el señorMercader,con elegancia y tenacidad. Un ejemplo de lo que podría haber sido este rincón si no se hubieran estropeado tantas cosas. El Almadraba Park, ahora remodelado pero con los mismos rasgos distintivos, está aún ahí. Fiel a sus orígenes, bastión de una saga (Jaume Subirós la preside ahora, junto a sus hijos) que nos habla de las cosas bien hechas, sólidas. Como su cocina, como su maestría, como el ejemplo de continuidad. Es aquí desde donde hago este último brindis.