Las casas de apuestas británicas admiten prácticamente cualquier tipo de jugadas. En el caso del Mundial de fútbol, que es un acontecimiento planetario que engancha mucho y provoca una gran excitación entre los aficionados al deporte y los aficionados a gastarse los duros, se puede apostar por todo. Puedes intentar adivinar quién va a ganar un partido, como es obvio, pero también cuántos córners habrá en la primera parte, quién marcará el primero o el último y quién marcará de rebote. Puedes decir cuántas tarjetas enseñará el árbitro, cuántas faltas cometerá un determinado equipo e incluso cuáles serán los jugadores que saldrán de reservas y en qué minutos harán su entrada en el césped. El universo de la apuesta es apasionante e inconmensurable. Pero al decir apuesta, pensamos en juego sucio. Como si se tratara de nuestras apuestas infantiles en las que, aunque hubieras prometido una determinada prenda, intentabas encontrar mil y una excusas para esfumarte y no pagar. No es así, en absoluto. Y el mundo del juego profesional es muy serio. Lo acaban de demostrar empresas como William Hill y Ladbrokes (británicas, por supuesto), en una de sus estrafalarias ofertas mundialistas.
Podías apostar que un inglés marcaría un gol tras un disparo que tocaría el travesaño y entraría en la portería. Y podías apostar, además, que este inglés seríaFrank Lampard.El hecho es queLampard chutó, la pelota tocó el travesaño y entró. Nada que decir, si no fuera porque el árbitro no lo vio y, por consiguiente, el gol no fue legal. Las casas de apuestas han pagado a sus clientes religiosamente (que es la manera normal de pagar) porque consideran que la realidad tiene un rango moral superior a la decisión del juez. A esto sí puede llamársele «no acatar la sentencia». Con todas las de la ley.