En sede vacante

Pepe Rubianes, que estás en los cielos

No quiero incurrir en ningún delito, ante todo porque sería un trastorno para mis hijos, obligados a ver a su padre entre rejas a horas convenidas, tras superar un montón de trámites administrativos. No me gustaría ingresar en una cárcel porque quizá sería un trauma para su educación en una edad tan difícil, e incluso estaría en peligro mi patria potestad. Además, tendría problemas de claustrofobia e hipocondría, y no podría, con toda probabilidad, practicar algunos de mis deportes favoritos, como sentarme en un sofá, en casa de unos amigos, a ver el fútbol. Por no hablar de las relaciones vis a vis o de los gintónics que preparo con la London de color verde. No cometeré ningún delito, pues, por todos esos motivos y porque respeto la ley y porque creo que es mejor tener una conducta de acuerdo con la normativa vigente y vivir según los preceptos de la Santa Madre Iglesia, como no matar ni desear el mal ajeno.

Pero hay días en los que todo este montaje moral se tambalea, y hoy es uno de esos días. Seguro que existen razonamientos técnicos que avalan las decisiones más absurdas de los más absurdos tribunales, y seguro que existe un calendario jurídico que marca la obligación de confirmar o rechazar una sentencia de una instancia de rango inferior en un tiempo determinado a requerimiento de una de las partes. Seguro que todo eso es muy normal y que yo debería entenderlo. Pero me resulta muy difícil no saltar, bramar, golpear, atentar y, en general, delinquir ante la resolución del Supremo según la cual se considera quePepe Rubianes es culpable de haber insultado hace tres años al alcalde de Salamanca. Prefiero callar, por si acaso. E imaginar la escena del secretario del juzgado buscando desesperadamente la dirección del comediante en las páginas blancas.