Enric Gonzálezdice, enHistorias de Roma,que si no te enamoras de la ciudad sentado en la terraza del Caffé della Pace es mejor que lo dejes correr y te vuelvas a casa. Es cierto, igual que lo son las cosas que explica en un libro delicioso sobre su experiencia romana. No me gusta nada utilizar el adjetivodeliciosoaplicado a nada. Creo que es un poco melifluo, excesivamente blando y etéreo. Pero este no es el caso. El libro deEnrices delicioso porque provoca delicia, es decir, un placer exquisito, intenso, que te transporta. A una Roma querida y conocida, un paisaje familiar del que nunca huiría y al que siempre deseo regresar. La literatura tiene esto: permite que fluyan y se recuperen las huellas antiguas y prevé otras nuevas.Enric,que domina los registros, traza un dibujo emotivo de los rincones y las estatuas, de los comerciantes y los cardenales, de los empedrados, los adoquines y los gatos. Pero aún va más allá. Consigue una transformación antropomórfica: hace que Roma sea una persona, «tiende a añorarse a sí misma. Por bien que se encuentre, siempre ha conocido mejores tiempos. Y los evoca a menudo».
Este es el secreto que se descubre en la Pace, ante la teatral fachada dePietro da Cortona,o entrando en el Pantheon a primera hora de la mañana, o paseando ante la tumba deKeatso comiendo trufa blanca en Da Settimio o, por descontado, tomando un café en Sant'Eustachio. Estoy de acuerdo conEnric:si a ustedes no les parece que hacen el mejorristrettodel mundo, acabaremos mal. ¿Qué secreto esconde Roma más allá de esa melancolía íntima? Lo cuenta al inicio del libro: «¿Se pueden aprender la humanidad, la belleza, el tiempo? No, no creo. Pero si hay un lugar para intentarlo, ese lugar es Roma». No se lo pierdan. Se sentirán transportados.