Zygmunt Bauman es un venerable sociólogo polaco que nos convenció de que nuestra sociedad era líquida. Esa imagen afortunada se ha venido usando para casi todo. El propio Bauman describió el amor líquido, tuvimos mercados líquidos e, incluso, para el tránsito intestinal, se sustituyó el sólido y hegeliano supositorio de glicerina por baumanianos yogures... Pero eso se acabó. Nuestro planeta ya no será líquido. Desde el 2008 vivimos en un mundo gaseoso. Lo sabemos porque el poder geopolítico se ha desplazado del líquido y crudo petróleo iraquí al etéreo dominio del gas ruso. El mundo en un grifo. Otro gas, el CO, se consolida como el agente del nuevo Apocalipsis climático. Y, sobre todo, por Wall Street, un emisor de gases nobles donde hemos asistido al mágico proceso de evaporación de miles de millones que han volado en forma de nube. Si su banco no le da crédito y se empeña en venderle humo no le culpe a él: piense que Bauman ha dejado de tener razón y en el mundo gaseoso, lógicamente, escasea la antigua liquidez.
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Pobre Bauman
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