Obras en cartelera

El motor de la literatura calienta el teatro

Dos adaptaciones escènicas diametralmente opuestas ponen en circulación textos de dos grandes autoras: 'Pura passió' d'Annie Ernaux (Teatre Akadèmia) y 'Verbagàlia' de Víctor Català (Sala Atrium)

Paula Blanco y Oriol Genís en 'Verbagàlia', en la sala Atrium / Pere Cots

Manuel Pérez i Muñoz

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Un libro anguloso, efervescente y sentimentalmente pornográfico. 'Passion simple' (traducido de forma algo laxa como 'Pura pasión') es un opúsculo de finales del siglo XX que leído en el presente proyecta desasosiego y desconcierto por el papel sumiso de su protagonista. ¿Por qué abandonarnos a la pulsión sentimental, anular la razón y convertirnos en esclavos de los instintos más primarios? Quien conozca la obra autobiográfica de la Nobel Annie Ernaux sabe que en su discurso cuestiona mecanismos de comportamiento nada fortuitos, también en el amor. En la breve narración la crítica sociológica se mantiene implícita, de tal manera que la confesión descarnada en primera persona de la autora lanza más preguntas incómodas que respuestas. Basándose en todo esto, la prometedora directora Lucia del Greco ha levantado un magnífico espectáculo en el Teatre Akadèmia. Una adaptación fiel al texto, pero con una puesta en escena rompedora que añade aún más ingredientes a la compleja digestión.

Formato de monólogo que encaja como un guante con esa escritura tan confesional. En una ejecución impecable, la actriz Cristina Plazas adopta una actitud severa, casi draconiana, que encaja perfectamente con la prosa seca de Ernaux. También con esta intención, la blanca asepsia de la escenografía: una sala de autopsias que se transforma en taller mecánico. Como en una metáfora ideada por J. G. Ballard para 'Crash', la actriz se enfrenta a un motor enorme y amenazante, un trasunto del hombre amado o bien un complejo mecanismo que pone en marcha la pasión. A lo largo de una hora clavada de función, Plazas deconstruye los sentimientos con palabras mientras con las manos va desguazando las partes del monstruo metálico. Entre tubos, tuercas y cadenas, la protagonista ejecuta una coreografía libidinosa y, al mismo tiempo, distante, con un punto de frialdad ceremonial a lo Romeo Castellucci. Una de las puestas en escena más estimulantes de los últimos meses, una obra que aumenta la buscada ambigüedad de 'Pura passió' para dejarnos aún más empapados en preguntas.

Lengua viva

En una concepción teatral diametralmente opuesta, la misma semana se estrenó en la nueva y ampliada Sala Atrium un díptico de Víctor Català (seudónimo de Caterina Albert) titulado 'Verbagàlia'. Para la noche inaugural, nueva dirección de Albert Arribas tras la reciente 'Les bacants' (Teatre La Gleva), esta vez con un montaje esencialista: un par de intérpretes muy mesurados que en algún momento rozan el estatismo. Si Del Greco añade más capas a la lectura del original de Ernaux, Arribas propone justo lo contrario, parapetarse en la literatura para vaciar la propuesta de acción escénica y decorados. En la primera parte, el monólogo 'La Tieta' (1901) recobra la altísima calidad literaria de la autora. Drama rural sobre una viuda que no tiene “res propi ni exclusiu”, es decir, ni hijos ni propiedades, y que solo espera la muerte desahuciada por la moral de su tiempo. La actriz Paula Blanco se muestra precisa en los pocos recursos expresivos que le permite la dirección. Parte de una inmovilidad hierática mientras genera un in crescendo que acaba de vibrar hacia la amargura. Hay que estar muy atento para no perder el hilo narrativo entre la densidad de los versos vertidos sin tregua, el tipo de teatro que requiere la entrega incondicional del espectador.

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Sin transición, de repente, salta el montaje a otro monólogo, 'Verbagàlia' (1898). Pasamos de un personaje burgués a otro menestral, conectados únicamente por el efectismo de la prosa modernista. Y va por aquí la cosa. Habla el personaje, Mero, un albañil que mientras trabaja busca a alguien en quien descargar su incoherente verborrea cercana a la patología (¿una metáfora del artista?). Oriol Genís borda el rol con su faceta más agreste y desternillante, más libre que su compañera en los pocos movimientos permitidos. Su elocuente despliegue de dicción y fraseo vuelve a sepultar al espectador bajo un espeso tapiz de palabras, el empacho de buena literatura que parece perseguir la propuesta.

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