Con lo fácil que resulta acomodarte ‘sine die’ en el sello sonoro con el que te diste a conocer, y Vampire Weekend no hace más que transformarlo de un disco a otro sin que, sorpresa, eso no desdibuje su personalidad. El indie-afro-pop de sus inicios queda desbordado y perviven una tensión interior, una inventiva y una actitud que, en este quinto álbum, aflora en un conjunto de canciones desafiante, ahora enfatizando el contraste de los extremos: líneas melódicas adorables y cacofonías subterráneas, pianos barrocos y distorsiones de guitarra con aspecto indomable.
Hay un fondo de caos, amenazando el orden y la civilización (sin derribarlos) que se respira en ‘Only God was above us’, un álbum que proyecta imágenes fantasmales de un Nueva York perdido, el de los años 80 (de recuerdo difuso para Ezra Koenig y compañía, que nacieron en esa década). El título invoca el peligro: “Solo Dios estaba encima de nosotros” es la frase que pronunció un pasajero del vuelo 242 de Aloha Airlines, en 1988, tras sobrevivir a la descompresión explosiva que hizo que la nave perdiera una parte de su techo en pleno trayecto. La portada del álbum, con ese mugriento vagón del metro neoyorkino y la figura humana borrosa volátil, nos sitúa la obra en algún lugar flotante entre lo humano y lo celestial.
Casi fuera de control
Un sonoro “fuck the world” estrena el cancionero en ‘Ice Cream piano’, tema que comienza lento y se lanza al galope, frenéticamente, sumando fuerzas con el trote orquestal. Aunque luego ‘Classical’ reviva un colorismo reconocible, la disrupción y la insinuación de que algo puede estar en cualquier momento fuera de control son una constante. Tal vez sea el signo de los tiempos. Ese saxo barítono histérico, esa batería extenuada. Luego viene ‘Capricorn’, el primer ‘single’, ya conocido, prodigio de canto dulce, arpegios de piano y cuerdas en roce con la base rítmica sorda y la guitarra chirriante, acompañando un mensaje de desubicación: “Capricornio / El año en que naciste / Terminó rápido / y el siguiente ya no era tuyo”.
En este disco convive lo más sutil y lo más despeinado, el refinamiento de salón y el ritmo con vestigios de hip-hop: de los volantazos de ‘Connect’ a la procesión espectral de ‘The surfer’, con su ‘crescendo’ sinfónico, y de ahí a la nerviosa ‘Gen-X Cops’. Sobresale, en ese tramo final, ‘Mary Boone’, pequeña catedral que casa un ‘beat’ sucio con el coro espiritual. Y ‘Hope’, ocho minutos de majestuoso examen de conciencia colectivo: “El profeta dijo que desapareceríamos / El profeta se fue, pero todavía estamos aquí / Su profecía no fue sincera”, canta Koenig cerrando un álbum con el que Vampire Weekend vuelve a tensar el arco del lenguaje pop y, después de todo, te invita a abrazar el mundo sin ira mientras el techo de la cabina siga en su sitio.
Otros discos de la semana: Julia Holter y The Messthetics and James Brandon Lewis
Después del intrincado ‘Aviary’ (2018), la californiana nos desliza por una suave pendiente de tonadas con ecos naturalistas y trayecto abierto al cambio, entre tramas electrónicas, pianismo astral y un clarinete con puntos de fuga ‘jazzie’. Un álbum más diáfano que vierte en las canciones las zozobras en torno a la vida y la muerte (a raíz de episodios cercanos sufridos por autora) y la vibración de nuestra condición corpórea. ¿Pretencioso? Bello, sugestivo, único. J. B.
El trío The Messthetics, nacido de los legendarios Fugazi, viene del punk rock. El saxofonista James Brandon Lewis viene del jazz más libre. Tiene mucho en común: la intensidad, el arrebato, la convicción de que para encontrar algo hay que ir con todo. A ratos su búsqueda es más una jam que otra cosa, con sus meandros y sus vueltas a veces un poco estériles. Pero a ratos, cuando enfilan una idea sencilla y la llevan hasta el final -un groove, una melodía-, como en “Emergence” y “Boatly”, los tres punk rockers y el saxofonista sacuden y ponen la carne de gallina. En directo tiene que ser tremendo. Roger Roca