A finales de los años 80, Bill Bryson, el viajero incansable, el escritor decidido a describir el mundo —y todo lo que sabemos de lo que somos o hacemos en él, ¡ha escrito incluso un viaje al centro de nuestro propio cuerpo!— con un sentido del humor delicioso y adictivo, decidió que había llegado el momento de regresar a casa. Oh, no iba a hacerlo para siempre. Lo único que quería era viajar por su país, el país que había abandonado, que había cambiado por Inglaterra —sitio al que sintió que pertenecía nada más poner un pie en él—, hacía diez años. El país era, claro, Estados Unidos. ¿Su intención? La de recorrerlo de punta a punta, deteniéndose en pueblecitos, o pequeñas ciudades, y partiendo del lugar en el que nació y se crió, el aburrido, por pacífico y previsible, Des Moines.
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El fabuloso caso del 'Hotel Splendide', y los edificios contenedores de historias
El magnate Henry Ford coleccionaba casas, que hacía trasladar al jardín de su museo pieza por pieza, con todo lo vivido intacto dentro mientras que el genial Ludwig Bemelmans convirtió su trabajo en el Ritz en un monumento narrativo repleto de vidas
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