A estas horas, ayer aún tenía el privilegio de acariciarte. Hundir las yemas de mis dedos en tu suave pelaje blanco para transmitirte toda la calma y paz que la inconmensurable pena me permitiera. Parecía que me devolvieras el esfuerzo lamiéndome el brazo (o como yo he catalogado siempre ese gesto "mmmm... quants petonets de la Naya!"). Te besaba la frente, la tripita y las patitas para que notaras que estaba (que estaré siempre). Desde que el lunes (mientras te sostenía entre mis brazos y apoyábamos nuestras frentes como tanto nos gustaba a las dos) nos dijeron que era irreversible e inminente, no he parado de darte las gracias por haberme adoptado hace 13 años. Repasaba las mil y una aventuras que hemos vivido juntas. Y aunque has estado en momentos muy duros y complicados, todo a tu lado lo recuerdo como la manifestación de amor más pura, profunda y sana del mundo. Creo que lo sinteticé perfectamente cuando te dediqué mi tercer libro: "A Naya, por humanizarme."
Política y moda
A Naya, por humanizarme
La perra Naya, a quien dedica este artículo Patrycia Centeno /
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