“Hay que estar hecho de barro pero yo estoy hecho de viento”, lamentaba Jean-Paul Sartre en sus cuadernos en 1940. El hombre que fijó el canon del intelectual de izquierdas, en perpetuo compromiso con todo cuanto aconteciera en el convulso siglo XX, se reconocía etéreo. Era mujeriego, le encantaba viajar por placer, se emocionaba hasta la lágrima al escuchar una canción y admiraba a los grandes artistas como Chopin, Baudelaire y Tintoretto. El filósofo que, contra la hipocresía burguesa, recetó transparencia también en lo privado, se mortificaba con sus veleidades pero, implacable analista de sus procesos mentales, no pudo evitar dejarlas por escrito.
Filósofo contradictorio
El Sartre más desconocido, romántico y 'queer': "Siempre he pensado que había una mujer dentro de mí”
La nueva biografía de François Noudelmann muestra facetas inusitadas del filósofo francés a partir de documentos inéditos facilitados por su hija adoptiva, Arlette Elkaïm.
El filósofo Jean Paul Sartre. /
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