Crónica

Michael Bublé, hombres como los de antes en el Palau Sant Jordi

  • En un show contagioso y de corte clásico, el cantante canadiense hizo del recinto olímpico una sala de fiestas 

Michael Bublé, este miércoles durante su concierto en el Palau Sant Jordi / Ferran Sendra

Rugen los trombones. Suena 'Feeling good'. Así empieza desde hace años todos sus conciertos. ¿Y para qué cambiar? Un arranque así es un arranque ganador. Michael Bublé cruza el escenario en forma de escalera como si partiera los mares, a un lado la big band -ellos-, al otro la sección de cuerdas -ellas-, y busca sus objetivos. Escanea las primeras filas de la zona más VIP y elige a dos fans. Una espectadora que pone cara de cierta indiferencia y otra que enseña un cartel donde ha escrito que hace 12 años que espera este momento. Y pam. A por ellas. La cámara, proyectada en pantallas discretas pero funcionales que enmarcan el escenario, nos muestra la escena en plano corto. "Voy a ir a por ti toda la noche", le dice a la primera, a la que se le resiste. Y a la otra: "¿12 años? ¿Me has esperado 12 años?". Salto al foso y venga abrazos y besos. Y Bublé ya está en la zona. En su zona. Un poco canalla, un poco yerno perfecto. Sonrisa de no-he-roto-un-plato-pero-nena-si-quieres-rompemos-alguno-juntos. Bublé ha roto el hielo y el Palau Sant Jordi, aunque queden asientos libres y no tenga la magia del Sands de Las Vegas, ya es la sala de fiestas que tenía en mente