La revolución del escenario operístico europeo no está tan en pañales como se cree, porque en realidad es un movimiento evolutivo que hace más de un siglo que evita el inmovilismo creativo, en el cual radica la muerte del género como expresión artística si se tiene en cuenta la escasa producción contemporánea. Cuando en la década de 1920 Edward G. Craig se declaraba enemigo del naturalismo en la dirección escénica a favor del simbolismo, la abstracción y la estilización del gesto, Adolphe Appia afirmaba que la puesta en escena debía sustentarse en cuatro elementos: actor, espacio, luz y color. Tras influir en el teatro de prosa, la ópera no tardó en acogerse a estas directrices de la mano de creadores como Wieland Wagner, Luchino Visconti, Jean-Pierre Ponelle o Harry Kupfer.
Controversia en los escenarios europeos
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Europa es la cuna de la nueva manera de montar óperas clásicas, lo que en Estados Unidos se conoce como ‘european trash’; el festival wagneriano de Bayreuth, en Alemania, es el epicentro paradigmático del fenómeno
La soprano francesa Patricia Petibon (Lulu), junto a Will Hartmann (el pintor) y Silvia de la Muela (el botones). /
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