El Cementerio de la Chacarita, en Buenos Aires, tiene aspecto, como la propia Biblioteca Nacional, de vasta obra tremendista. Un paisaje en piedra de un futuro en el que todo es pasado, y un pasado abandonado, que quedó fuera del tiempo hace mucho tiempo. Hay algo retrodistópico en sus interminables moles de cemento repletas de lo que parecen cajones de frontal tallado, y son, claro, nichos. El desorden es tal, sin embargo, que, como en una mastodóntica biblioteca sin orden —tiene 95 hectáreas, es como una pequeña gran ciudad—, cualquiera resulta inencontrable. A menos que disponga de su propia estatua y placas en forma de guitarra, como Carlos Gardel, que, junto a Alfonsina Storni, figura entre los vecinos más ilustres de tan decadentista y arquitectónicamente impactante.
Quemar después de leer
Habitar un cuento en un cementerio
Una pequeña compañía de teatro interpreta los relatos de Mariana Enriquez en un cementerio de Buenos Aires cada viernes y los convierte, sin querer, en otra cosa, ¿o no puede vivirse, también, dentro de un cuento?
Ilustración Quemar después de leer Mariana Enríquez /
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