Me acerqué a una playa nudista de las Rías Baixas galegas para ver si me encontraba a Manuel Jabois o a su alter ego, usuarios asiduos de arenales despelotados en su juventud desmelenada, finos estilistas en atuendo ―qué manera de vestir la camisa blanca de manga larga― y en tecla con punta y puntería. También para aprender de su educación sentimental y de su lugar mítico. Me acerqué a Mérida para ver a Christina Rosenvinge en la representación musical de su Safo decidida que nos conduce a Lesbos a ritmo de indie, que nos seduce más allá de los géneros y de sus rigideces. Me acerqué a la Semana Negra de Xixón para ver recitar a Marta Sanz desde lejos su poesía reunida en el volumen Corpórea y para ver a un Rodríguez al que nadie le decía “zapatero, a tus zapatos” mientras avanzaba por laberintos y espejos y ficciones, y el público le lanzaba oles y alephs desde la barrera al tiempo que comía nueces de Californication. Me acerqué hasta los campos pucelanos para encontrarme de noche con Lope, golferas profesional, revolucionario oficial de la comedia áurea e inventor de un caballero, la gala de Medina y la flor de Olmedo, al que mataron otra noche.
Periféricos y consumibles
Fetichismos estivales
Casa de Don Vito Corleone en Staten Island /
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