El concierto de Rosalía puede empezar en cualquier momento. Los focos se encienden de sopetón, pero solo un instante. Falsa alarma. Quien no está haciendo cola para comprar una cerveza (o quizá pidiendo uno de estos microcréditos rápidos para pagarla) tiene la mirada permanentemente puesta en el escenario, pues pasa, por poco, la hora en la que debía empezar el concierto. Pero uno empieza a mirar a la grada. Otro le sigue, y así otro, otro y otro. Y en un momento 17.000 personas se fijan en un chaval que acaba de llegar a la tribuna del Palau Sant Jordi.