Hotel Cadogan

Los libros recomendados por Olga Merino: para dormir con la luz encendida

Un fotograma del ’Nosferatu’ expresionista de Murnau.

Como la eternidad y el insomnio son larguísimos y disponemos de tantas horas muertas para conversar, los moradores del Cadogan nos conocemos muy bien las entretelas; sabemos los secretos confesables de cada uno, las manías, las debilidades y sobre todo aquello que nos causa miedo, una de las emociones más primitivas del ser humano, tal vez la más difícil de disipar. Al jardinero del hotel, el Viejo Yerbas, acostumbrado a los gusanos y la turba, lo aterroriza la posibilidad de que lo entierren vivo. Nuestra cocinera, la señora Patmore, se tortura con el delirio recurrente de que una tribu caníbal, llegada de algún confín del imperio, se merienda sus jugosas carnes, a bocados y sin pan. Y la doncella encargada de la plancha aún se estremece con las leyendas de su Irlanda natal sobre un chupasangres llamado Abhartach. ¡Ah, los vampiros! Nos fascinan porque son una negación enigmática de la muerte. De cuantos ha proyectado la imaginación de los hombres, nuestro favorito, con permiso de Béla Lugosi, sigue siendo Nosferatu, el hombre-rata. No deja de maravillarnos, por cierto, cómo el mito de estos no-muertos, de raíz aldeana y folclórica, fue sofisticándose con los escritores románticos hasta convertirlos en criaturas aristocráticas, estetas, pálidas, cultas y muy sexualizadas, como los vampiros de Anne Rice.