La otra tarde, la señora Danvers, el ama de llaves honorífica del Cadogan, le echó un rapapolvo tremebundo a una de las doncellas porque la madera de la escalera noble, la que lleva a las habitaciones de los huéspedes, no brillaba lo suficiente, cual espejo venenoso, como a ella le gusta. Tiene establecido que la limpiemos peldaño a peldaño en días alternos, a base de estropajo, jabón de lino y asperón, una arenisca que te deja las manos en carne viva. Qué tiparraca la Danvers; deambula por las estancias del hotel pasando el dedo por barandillas y estantes para ver si hemos olvidado una mota de polvo… Bah, en cuanto se da la vuelta, le hacemos muecas. Lo bueno de ser fantasmas, como lo somos, es que los huesos ya no duelen.
Hotel Cadogan
Los libros recomendados por Olga Merino: la otra cara de 'Downton Abbey'
Periférica publica ‘Nunca delante de los criados’, una radiografía agridulce de la servidumbre en la época victoriana
En 1891, un millón y medio de personas trabajaban como empleados domésticos en Inglaterra y Gales
El elenco de criados de la serie ’Downton Abbey’.
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