Crítica de música
Brillante final del Llums d’Antiga
El Festival de Música Antigua del Auditori se despide por todo lo alto con el talento y la sabiduría de Graindelavoix
El grupo belga Graindelavoix, dirigido por Björn Schmelzer, en la lglesia de Sant Pau de Camp / Pablo Meléndez-Haddad
El grupo belga especializado en canto polifónico Graindelavoix, dirigido por su fundador, Björn Schmelzer, fue el encargado de despedir el Festival de Música Antigua de Barcelona, Llums d’Antiga, que organiza el Auditori barcelonés. La velada de clausura, que puede tildarse de memorable por su resultado artístico, conllevaba una interesante yuxtaposición de obras separadas por 411 años: los 'Responsorios de tinieblas' ('Tenebrae responsoria', 1611) de ese autor fundamental que es Carlo Gesualdo (1566-1613) -y uno de sus motetes- y el 'Miserere' (2022) del compositor catalán Joan Magrané, obra de encargo del festival que en esta ocasión vivía su estreno absoluto.
La especial acústica de la iglesia de Sant Pau de Camp fue el lugar idóneo para este programa cargado de emotividad. La maestría y el virtuosismo de los miembros de Graindelavoix, ocho voces de absoluto dominio del repertorio, convirtieron en auténticas joyas las obras de Gesualdo, escritos para el jueves y el viernes santos, este último rematado por el 'Miserere' inspirado en el Salmo 50.
Perfección
La polifonía de Gesualdo exige afinación y acción de conjunto perfectas, y Graindelavoix es capaz de superar los retos que estas difíciles piezas imponen a sus intérpretes, con margen para ahondar en la expresividad de un canto que puede llegar a ser incluso melancólico y hasta doloroso. Pero los acentos ornamentales y las sutiles disonancias que el compositor italiano sugiere en sus partituras y que las hacen únicas tampoco estuvieron ausentes del discurso que estructura Schmelzer, maravillando con el trabajo conseguido por los miembros del conjunto, con unas flexibles y soberbias Teodora Tommasi y Florencia Menconi, con un iluminado Marius Petersen en sus solos junto al catalán Albert Riera, que nunca defraudó.
Las voces, amalgamadas y equilibradas, se convirtieron en el vehículo ideal para defender el 'Miserere mei Deus', obra que estrenaba Joan Magrané (Reus, 1988), un brillante y hermoso ejercicio polifónico que, a la manera antigua, sacó todo el provecho posible del fantástico instrumento que el festival puso a su disposición. El compositor catalán consigue dar vida al Salmo 50 valiéndose de elementos propios de la tradición, con un resultado cargado de elegancia y de eficacia descriptiva. Una emocionante maravilla.
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