Muertos y medio enajenados como estamos ya nada debería producirnos espanto y, sin embargo, los moradores del Cadogan, tanto los huéspedes como el servicio, nos aferramosa nuestros antiguos canguelos y supersticiones como a un talismán. El miedo da gustirrinín, a cada quien el suyo.Por ejemplo, el jardinero del hotel, el Viejo Yerbas, se niega a plantar nada en los arriates del invernadero desde el día en que, cavando un surco junto a la pared trasera, el azadón hizo cloc y emergió una tibia humana... Todavía se escucha el eco de sus gritos. El pobre nunca ha vencido su pavor a los profanadores de tumbas.
HOTEL CADOGAN
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Tumbas en el cementerio de Logierait /
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