Periféricos y consumibles

La última noche que cantó Sabina

Joaquín Sabina, en la ceremonia de los premios Goya del 2022 / EFE / Kai Fosterling

Lo malo de Sabina no es Sabina. Lo malo de Sabina es tanto fan que piensa en el Gran Rex y llama "mina" a la muchacha que le amasa el pan. Lo malo de Sabina no es Sabina. Lo malo de Sabina es esa esposa que cree que el cantante, con la espina de una simple canción, transforma en rosa una vida con hijos e hipoteca, un marido mostrenco y con corbata, un discurrir los días de la ceca del mercado del barrio hasta la meca de un empapado sueño con la nata inundando pezones, y ella peca. Lo malo de Sabina no es Sabina. Lo malo de Sabina es el colega sabinero de pro que, en tu cocina, consabida tabarra te restriega entonando estribillos de quinina para curar los males y las fiebres de tanta 'pretty woman' que en la esquina siempre te servirá gatos por liebres. Nos persigue esta secta alucinógena, la de los que se saben de memoria toítas las canciones de su flaco, héroes de futbolín, tomar por saco, tíos vivos de burdel, burros de noria que se cuidan las manos con Neutrógena.