Los norteamericanos no saben hacer cerveza ni jugar al fútbol ni encajar el sarcasmo de la vieja Inglaterra, pero, siendo como somos primos hermanos, llevamos soportándonos mal que bien unos cuantos siglos. Ya saben, el cuento empezó el 11 de noviembre de 1620, cuando la nave ‘Mayflower’, procedente del puerto de Plymouth, arribó a la bahía de Massachusetts con la primera remesa de peregrinos. Aquellos colonos, aún más fervientes en su puritanismo que los calvinistas, pretendían empezar de cero, crear una utopía libre y próspera, pero, en los primeros tiempos, acabaron construyendo justo lo contrario; es decir, el infierno en el jardín del edén. Su religiosidad, anclada en el sentido de la culpa y el terror a la ira de Dios, los convirtió en expertos satanistas. La ignorancia y el miedo -al espacio inconmensurable, a los indios, a la naturaleza indómita- redundaron en una combinación fatal. ¡Ah, la futilidad de los empeños humanos!
Hotel Cadogan
Las brujas de Salem: LSD e histeria colectiva
Impedimenta recupera ‘Yo, Tituba, la bruja negra de Salem’, de Maryse Condé
Grabado que ilustra los juicios de Salem.
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