Digámoslo claro de una vez: en la mayoría de las series de época, como ‘Downtown Abbey’, las pequeñeces del servicio resultan muchísimo más jugosas que los desvaríos de los señores. Sin nuestro concurso, mansiones y hoteles dejan de funcionar.Y no se trata de orgullo de clase ni de corporativismo gremial, no. La novela de la regencia, la victoriana y la eduardiana, las series y las pelis no serían lo mismo sin el cuerpo de casa, sin esa cohorte de actores de reparto que desempeñan un papel adventicio en la vida de ‘los otros’, los de arriba: la cocinera, las doncellas, los lacayos, la institutriz, el jardinero, los mozos de cuadra, el ama de llaves y sobre todo el mayordomo, muy a pesar de la frase «the butler did it».¿Que el mayordomo es el asesino?, ¿quién acuñó el despropósito? Que sepamos, ese supuesto atroz sucede solo en dos obras como para cargar con semejante sambenito: ‘La puerta’, de Mary Roberts Rinehart, y ‘Tragedia en tres actos’, de Agatha Christie (aquí, encima, el culpable es un señorito disfrazado de mayordomo).
Hotel Cadogan
Elogio y pleitesía al mayordomo
Míster Stevens, en ‘Los restos del día’, reivindicó el oficio erigiéndose en narrador
Anthony Hopkins en su papel de mayordomo en la película ’Lo que queda del día’.
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