Los dibujos estampados en la piel a golpe de aguja han recorrido un largo camino desde que hasta casi finales del siglo XX se consideraban la marca inequívoca de la marginalidad social, un distintivo de rareza y de una posible peligrosidad cuando no de señalar un origen poco ‘civilizado’ y entiéndase eso a través de una mirada colonial y eurocéntrica. Hoy la práctica se ha democratizado tanto en hombres como en mujeres, despojándose así de una prototípica carga de virilidad rebelde propia de duros hombres de mar y delincuentes, hasta el punto de que en el 2011, como señala el escritor británico John Miller, autor de la antología ‘Cuentos de tatuajes. Una antología de la tinta, 1882 -1952’ la aparición en el 2011 de una Barbie tatuada –en edición de coleccionista para adultos- se convirtió en un verdadero refrendo de una tendencia cada vez más en auge.
CRÍTICA DE LIBROS
Crítica de 'Cuentos de tatuajes': la profundidad de la piel
Un estupendo catálogo de extravagancias que utiliza la piel tintada no como objetivo sino como síntoma de situaciones extremas
Un hombre tatuado. /
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