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Crítica de 'Piranesi': Susanna Clarke en el laberinto de la imaginación

Susanna Clarke / Sarah M. Lee / Cortesía de la editorial Salamandra

Piranesi vive en un complejo compuesto de estancias, patios y corredores de tamaño ciclópeo, con columnatas y estatuas gigantescas en las que él no reconoce los pequeños y grandes acontecimientos de la historia de la humanidad. Ha explorado 960 salas en dirección al Oeste, 890 salas hacia el norte y 768 hacia el sur (el este está derrumbado). No ha seguido más allá y no ha llegado a atisbar un final. El piso superior toca los cielos y en él moran pájaros. Los pisos inferiores se ven invadidos por mareas, y en ellos flotan peces y algas. Para Piranesi, ese es el mundo. Y en el mundo solo han vivido 15 personas. Él, 13 cadáveres a los que rinde culto y el Otro, que le visita quincenalmente, durante una hora, para que le informe de las exploraciones que registra minuciosamente en sus diarios y entregarle suministros básicos, como vitaminas, un saco de dormir o calcetines, que para Piranesi buen podrían surgir de las profundidades de las que obtiene su escaso alimento. Carece de cualquier referencia temporal o espacial, o recuerdo, más allá de la Casa, a quien dirige su letanía: "La Belleza de la Casa es inconmensurable; su Bondad es infinita". Se llama Piranesi porque así lo nombra el Otro: por supuesto, no sabe nada del arquitecto y grabador italiano que imaginaba escenas arquitectónicas en sus 'Carceri d'invenzione'.

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