Periféricos y consumibles

Sentido y sensibilidad (y Teletubbies)

Tinky Winky, el ’teletubbie’ morado / El Periódico

Las palabras dicen cosas, los textos significan, las obras alcanzan sentidos, los signos crean realidades y toman decisiones. Entre la interpretación y la sobreinterpretación está aquella idea de Todorov de que “un texto es solo un pícnic en el que el autor lleva las palabras y los lectores el sentido”. Estoy básicamente de acuerdo con el planteamiento teórico de que, de todos los participantes en la comunicación literaria, el menos fiable en la interpretación de la obra es el propio autor (demasiadas exigencias, demasiada venda antes de la herida, demasiadas pulsiones, demasiadas ínfulas, demasiadas presiones, demasiado yo, demasiado superyó, demasiado Freud, casi siempre). Tengo mis dudas en torno a la intención autorial –tan volátil, tan inalcanzable, tan interesada, tan falaz‒ como vehículo infalible para insuflar un sentido en la obra. Quizá creemos saber de qué están hechos los mensajes. Pero no terminamos de saber qué y cómo significan. Y tampoco en qué pueden convertirse cuando se hace carne (“el verbo se hizo carne”, recuerden). Los signos, las palabras, los textos, las imágenes. Por eso las interpretamos. Interpretamos por necesidad y por obligación, porque no podemos evitarlo. Interpretamos (en) lo oscuro porque “in claris non fit interpretatio”. Las leyes, la palabra revelada, la literatura. Estamos obligados a interpretarnos constantemente, a cada paso, para no equivocarnos, para cercar el sentido, para no dejar que se disperse (Peirce y eso de la semiosis ilimitada, ya saben). 

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