'La nit de la iguana': bajas pulsaciones en el TNC

Tennessee Williams, 'La nit de la iguana', la película de John Huston con Richard Burton, Ava Gardner, Deborah Kerr, Sue Lyon… Casi nada. Carlota Subirós ha llevado a la Sala Gran del TNC una cumbre del dramaturgo estadounidense con un resultado óptimo pero que no alcanza las expectativas que pueda crear una pieza tan emblemática. El peso de un texto tan caudaloso le ha podido en esta ocasión a su traslación escénica. ¿Estamos ante una propuesta fallida? En absoluto. Pero se mueve en un terreno algo plano, de excesiva ortodoxia, y con ritmo irregular: moroso en su arranque y mejorado camino del cierre. Y eso que el envoltorio de 'La nit de la iguana' es magnífico, de impacto. Es otro protagonista de la obra. El escenógrafo Max Glaenzel aprovecha la enorme caja escénica de la Sala Gran para montar con todo detalle la terraza de un hotel en la costa mexicana, cerca de Acapulco. Nos transporta así a un espacio tropical, selvático, durante la Segunda Guerra Mundial, en los tiempos en que Hitler bombardeaba Londres. Un exreverendo (expulsado de su iglesia por fornicación y blasfemia, todo un pecador) que malvive como guía de viajes llega a ese hotel con un grupo de maestras de Texas. La mayoría son veteranas y una de las turistas es poco más que una adolescente (Paula Jornet). El viaje por México está siendo un desastre. El guía Shannon (Joan Carreras) busca un momentáneo refugio al lado de una vieja amiga, y también amante en su día. Es Maxine (Nora Navas), regenta el Costa Verde y acaba de enviudar. La última en unirse al variopinto grupo de huéspedes -en el que no falta un trío de alemanes embriagados por el devenir bélico- es Hannah (Màrcia Cisteró). Pintora de aire enigmático, busca habitación junto a su abuelo (Lluís Soler), un poeta casi centenario que persigue la inspiración para su último poema. Personajes desubicados Son todos ellos personajes desubicados, que buscan un punto de luz en su vida y no lo encuentran, pero que incluso así siguen adelante. Shannon, atrapado por sus demonios interiores, se convierte a lo largo de esa noche en el faro del resto de mujeres: de la impetuosa adolescente Charlotte -con la que ha mantenido una breve relación durante el viaje-, de la vitalista y sensual Maxine -que busca en él a un nuevo compañero-, o de Hannah, una mujer que parece incapaz de dejarse llevar por el deseo. Con ese cuadro humano, Williams convierte el rincón en un lugar alejado del mundo donde se citan la crisis existencial y la pulsión sexual. Es tan frondoso y poético el texto de 'La nit de la iguana' que el reto de llevar a la escena sus corrientes subterráneas supone una tarea monumental. No lo consigue siempre Carlota Subirós, pese a que Carreras vuelve a demostrar que es un grande y se convierte en el puntal de la pieza, que Navas saca adelante con nota cualquier papel o que Cisteró es siempre una garantía por su buen hacer, aunque se la vea un tanto hierática y encorsetada en un personaje de gran complejidad. Queda también la sensación de que la directora no ha querido olvidar ni un detalle de 'La nit de la iguana', y eso no ayuda a que la pieza aumente sus pulsaciones de forma adecuada. Le falta combustión en su desarrollo. Por ejemplo, la presencia del trío de alemanes simpatizantes de Hitler es poco más que paisaje o atrezo. Sus apariciones resultan forzadas pese a que la gran voz de la mezzosoprano Claudia Schneider contribuye a alimentar el brillante espacio sonoro de Damien Bazin.

'La nit de la iguana': bajas pulsaciones en el TNC

Carlota Subirós monta una ortodoxa adaptación de la emblemática pieza de Tennessee Williams que se mueve en un terreno algo plano

Joan Carreras ejerce de puntal de un montaje que tiene en la impactante escenografía de Max Glaenzel a otro gran protagonista

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