En otoño de 1802, Anne Marie Tussaud, de apellido de soltera Grosholtz, cruzó el canal de la Mancha a bordo del navío 'Kingfisher' en compañía de su hijo mayor, François, y de un par de baúles llenos de cabezas. No eran unas cabezas cualesquiera. Cuidadosamente acolchadas y embaladas, en el equipaje de la señora Tussaud viajaban las testas de algunos de los personajes que habían marcado la turbulenta historia de Francia en el último cuarto de siglo, los años del enciclopedismo, la revolución y el terror. Voltaire, Benjamin Franklin, Luis XVI, Jean-Paul Marat, Maximilien Robespierre, Napoleon Bonaparte… Cabezas que cambiaron el mundo y que la diminuta Marie había reproducido en cera a partir de moldes de escayola que ella misma había hecho a tan distinguidos caballeros (algunos no pudieron negarse porque ya entonces habían entregado su alma al Señor, por así decir). Cabezas ilustres sobre las que, con los años, se construyó el imperio de Madame Tussaud, el mayor museo de figuras de cera del mundo, una atracción turística de primer orden que hoy cuenta con 25 sedes repartidas por otras tantas ciudades de cuatro continentes.
Biografía novelada
Madame Tussaud, una artista de la decapitación
Edward Carey recrea en 'Little' la fascinante historia de la mujer que construyó un imperio de cera a la sombra de la guillotina
Retrato en cera de Marie Grosholtz con dos cabezas guillotinadas que se exhibe en el Royal London Wax Museum de Victoria, Canadá. /
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