Hubo un tiempo, mucho antes de los parches de nicotina y la angustia existencial de las Champix, en que fumaba hasta Popeye. Ibas al ambulatorio —así se llamaba el CAP— y el médico te recibía con el fonendo en la oreja y el paquete de Ducados sobre la mesa, como si tal cosa: “Tosa”, “respire”, “más hondo”. Fumar era tan normal como vivir. Los cigarrillos, vendidos incluso de a uno en los quioscos, constituían un rito de paso hacia la edad adulta, una manera descarada de plantarse en el mundo, hasta que la información sobre sus efectos perniciosos y, a partir de los años 90, la legislación antitabaco fueron estrechando el cerco en torno a los fumadores. Ahora, el maldito covid, emboscado en las gotitas volanderas de saliva —o eso dicen—, ha expulsado de las terrazas a los últimos mohicanos del humo. Parece que el destino final de cualquier placer pasa por convertirse en cenizas de nostalgia.
UN VICIO DEMONIZADO POR EL COVID
Cuando fumar era 'cool'
La industria de Hollywood, la publicidad y la literatura convirtieron el tabaco en parte consustancial del siglo XX, encumbrando el cigarrillo en símbolo de modernidad y desafío
Rita Hayworth, en ’Gilda’
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