CRÍTICA DE CINE

'No dejes rastro': vida salvaje

La película de Debra Granik retrata los márgenes del sistema como un mundo lleno de gente decente donde cada momento y cada personaje derrochan emociones en crudo

Fotograma de ’No dejes rastro’.

No dejes rastro ★★★★

Dirección:  Debra Granik

Intérpretes:  Ben Foster, Thomasin McKenzie, Dana Millican, Jeff Kober

País:  EEUU / Canadá

Duración:  109 minutos

Año:  2019

Género:  Drama

Estreno:  5 de junio del 2020 (Netflix)

El segundo largometraje de Debra Granik, el magnífico 'noir' 'Winter's Bone', logró varias nominaciones al Oscar y catapultó al estrellato a Jennifer Lawrence. También dejó claro un talento singular para contemplar a aquellos excluidos de la sociedad con autenticidad y compasión, y su esperado regreso a la ficción lo reitera. 'No dejes rastro' observa a un veterano del ejército que, incapaz de integrarse en la sociedad a causa del síndrome de estrés postraumático, vive en un parque público junto a su hija adolescente. Se nos explica muy poco acerca de cómo la pareja llegó allí; los vemos encendiendo hogueras, protegiéndose de la lluvia, buscando setas y camuflándose para evitar que su campamento ilegal sea descubierto. Llegado el momento, son descubiertos y forzados a reinsertarse en la civilización.

Granik opone a un padre que ansía desaparecer del mundo y a una hija que necesita encontrar su sitio en él, y en esa tensión -y en el inevitable efecto que tendrá sobre su relación- se concentra el poder desgarrador de la película. También 'Winter's Bone', recordemos, hablaba de una joven obligada a madurar de forma traumática; pero si aquella película transcurría en un entorno insoportablemente sombrío y violento, 'No dejes rastro' retrata los márgenes del sistema como un mundo lleno de gente decente. Y lo hace sin caer en la condescendencia o el sentimentalismo y sin sermonear sobre las desigualdades económicas o la sociedad capitalista o el maltrato que Estados Unidos inflige a sus soldados; Granik la contruye casi por completo a través de los silencios y las miradas, y de su enorme paciencia a la hora de contemplar los detalles más mundanos con el fin de crear una atmósfera en la que cada momento y cada personaje derrochan emociones en crudo. Se trata, pues, de una película extremadamente sutil y sensible, y tan tierna como devastadora.