La ópera prima de Yuan Qing no oculta sus deudas a Éric Rohmer. Mientras observa un trío de encuentros casuales experimentados por una turista en Malasia -los tres empiezan en el mismo punto espacio temporal, y cada uno evoluciona a su manera-, la película referencia del maestro galo no solo títulos como ‘Cuatro aventuras de Reinette y Mirabelle’ (1987) sino también rasgos de estilo como el manejo de los diálogos como única forma de acción y el uso dramático del paisaje, y asimismo la directora recurre al tipo de deconstrucciones cronológicas popularizadas por el más ilustre discípulo de Rohmer, Hong Sang-soo. La película, eso sí, reconsidera esas influencias adaptándolas al folklore asiático, y a través de un uso de la luz y el color que denotan una sensibilidad del todo única. 

Qing contrarresta la estructura episódica estableciendo una continuidad en la toma de forma tanto de la geografía espacial como de la personalidad nublada de su protagonista y, en el proceso, un relato inicialmente liviano adquiere cuerpo hasta culminar en un tercer segmento realmente conmovedor, en el que cristalizan las reflexiones de la película sobre la importancia de vivir la vida como una constante búsqueda, y aceptar los hallazgos que ofrece.