ENTREVISTA
Claire Vaye Watkins: "Nevada es brutal con las mujeres"
La joven autora, hija de un miembro de la Familia Manson y criada en el desierto de Death Valley, debuta en España con 'Nevada', una implacable colección de relatos sin moraleja sobre gente irredimible y (directamente) chunga
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Como decía Serguéi Dovlátov, “el exotismo del material biográfico es un estímulo literario de importancia”. Quizás por falta de exotismo, o por pura inmadurez, las operas primas de veinteañeros/as que contienen 'pathos', dureza y acción extemporáneas son asaz infrecuentes. Claire Vaye Watkins es una notable excepción. Dovlátov daría su sello de aprobación: la autora, quien debutó a los veintidós, es la hija de Paul Watkins, el miembro más decente -y musical- de la Familia Manson (hagan un WTF coral aquí). Eso nos cubre ampliamente tanto el exotismo como el trauma. Lo demás lo pone la autora con una prosafibrosa y precoz, enunas historiasturbadoras donde la moralina no saca la cabeza ni para saludar. A este lector 'Nevada' (Malas Tierras) le recordó a la fatalidad intratable de las historias de Flannery O’Connor (donde nadie es bueno), así como a la violencia y perdición-de-nacimiento de los grandes del noir rural sureño como Larry Brown o Harry Crews.
Creciste en pleno desierto, si no me equivoco.
Sí, en el desierto del Mojave, cerca de Death Valley, en California. Mis padres llevaban una especie de museo de historia natural de la zona que a la vez era también tienda de rocas y recuerdos turísticos. Todo muy modesto. Mis padres nunca acabaron el instituto, éramos bastante pobres. Yo fui a universidades públicas y empecé a leer narrativa contemporánea, lo que me entusiasmó. Fue un shock descubrir que no todos los escritores que me gustaban estaban muertos. Estudié inglés y escritura creativa en la Universidad de Nevada, Reno. Una escuela muy barata (para estándares norteamericanos), no podía permitirme nada más. Nevada surgió sobre la época en que estaba terminando mi máster en Ohio, era la primera vez que abandonaba el Oeste. Mi padre murió cuando yo era muy joven, y mi madre murió cuando yo tenía veintidós años, y empecé el libro dos meses después de su muerte. El libro, por ello, está lleno de duelo, y también de añoranza por mi tierra, porque era la primera vez que estaba lejos de ella.
Casi todos los escritores que me interesan tenían serios recelos de cara al entorno académico, incluso cuando vivían parcialmente en y de él (como Harry Crews). ¿Cuál es tu relación con el mundo universitario?
Seriamente ambivalente. Desde que terminé la carrera he ejercido de profesora de escritura creativa y llevo diez años haciéndolo. Es una decisión puramente pragmática, porque necesito seguro médico. Como sabes, en mi mierda de nación no tenemos seguridad social, así que parte de tu vida la pasas rezando por no ponerte enfermo y morir [ríe]. Estar en la academia me da apoyo institucional y me proporciona tiempo para escribir, pero a la vez me preocupa la influencia que puede tener en lo que hago. Todo es muy educado y de clase media, allí, y su lenguaje carece de vida. Por eso he empezado cursos para niños en Death Valley, en mi pueblo natal, para continuar escuchando la lengua, y los acentos, y las historias. Necesito estar en contacto con lo que, por falta de una palabra mejor, podríamos definir como el “mundo real”.
A los escritores europeos (al menos los autodidactas) nos cuesta creer que exista siquiera una carrera de escritura creativa.
Bueno, el mundo de la escritura creativa en mi país es lo más cerca que podemos estar de una utopía socialista. Todos recibimos un salario, todos tenemos acceso al seguro médico durante dos o tres años, y además se te da permiso para pasar el tiempo escribiendo. A la vez, casi todos los escritores que admiro, como Harry Crews o Louise Erdrich, son gente que se hallaba en los límites de la academia, y que no encajaba del todo en ese mundo.
"Nevada es brutal con las mujeres. Persiste la idea de que las mujeres están allí para proporcionar placer a los hombres"
No puedes evitar escribir con orgullo y horror sobre un lugar del que hiciste todo lo posible por escapar.
[ríe] Casi todas las historias surgen de ese espacio incómodo, donde te hallas al límite de algo, mirándolo desde fuera. Si estás cómodo en un sitio no hablas sobre él. Necesitas sentir que no perteneces, y observarlo obsesivamente. Con una cierta repulsión. Para mí, hablar del mundo en el que crecí se convirtió en una manía, lo analizaba compulsivamente porque no quería terminar de aquel modo. Admiro la forma en que mi abuela y mi madre salieron adelante, pero no quiero ser la chica que da el cambio en el Caesar’s Palace durante toda mi vida. Nevada es especialmente brutal con las mujeres. Persiste esa idea de la época de los pioneros de que las mujeres están allí para que hagas lo que quieras con ellas, para proporcionar placer a los hombres. Amo ese sitio con toda mi alma, así que, aunque las historias sean oscuras y góticas, mi mirada no es reprobatoria. Mi escritura es un acto de amor. Si llego a pintar Nevada como un sitio mejor de lo que es, la gente de la que hablo sabría que es falso. Dirían que lo que hago es una puta mentira.
La gente que no viene de un mundo de clase obrera tiende a idealizarlo.
Exacto. Los turistas de clase tienden a verlo como algo mucho más oscuro y temible de lo que en realidad es. Lo cierto es que si vienes de allí te das cuenta de que muchas de esas vidas están llenas de humor y de amor. Hay comedia en esa oscuridad, no solo fatalidad, o sordidez, o tragedia.
Los críticos parecen esperar que toda la narrativa de clase obrera hable de un mundo fraternalal estilo de Las uvas de la ira, o pinte un descenso a los infiernos de la delincuencia y la adicción. Pero la gente de la que escribes no es ni tan nobleni tan vil.
[ríe] La crítica que me hacen más a menudo es que mis relatos son demasiado “lúgubres”. Y otra: “¿Y qué pasa con la esperanza?”. Mi respuesta es que la gente que dice o espera esas cosas nunca ha vivido en mi mundo. Quiero que la gente de la que hablo sea verdadera y creíble. No puedo colocarles un final feliz a mis historias para que alguien se sienta mejor sobre el modo en que vive y se comporta la gente pobre. Trato de imaginar si la gente de la que escribo se verá de forma fidedigna en mis historias, si escucharán su voz y la encontrarán verdadera, y eso a la vez provoca que el arte sea mejor, porque tienes una audiencia específica e idiosincrática en mente. En los Estados Unidos somos adictos a la esperanza, como antídoto a la tristeza y la fatalidad, pero no sé que hemos hecho para merecerla, francamente. Yo al menos no la veo, ni la espero.
"Alguna gente cree que se le debe la felicidad, un futuro brillante, una buena vida. Pero yo creo lo contrario"
Diga lo que diga la declaración de independencia de tu país, “la búsqueda de la felicidad” no es un derecho inalienable.
Una cosa es la esperanza, y la otra la sensación de que tienes derecho a ella, que es algo que tienes de nacimiento. Alguna gente cree que merece, y se le debe, la felicidad, un futuro brillante, una buena vida, poseer cosas. Pero yo creo lo contrario, que en el día a día, esas cosas son, como se dice en inglés, “accidentes afortunados”. No tienes derecho a ellas porque sí. Nunca esperé tener una 'buena vida', lo cual en el fondo fue mejor, porque ahora que más o menos la tengo me siento agradecida. Por añadidura, el ego es el enemigo del arte. Cada vez que sucede algo bueno con mis libros o mi escritura no creo que sea algo que el mundo me debe, sino una feliz aberración por la que debo dar las gracias.
¿Cuántas veces en tu vida de escritora te han dicho “si tanto te gustaba el desierto, porque no te quedabas allí”?
[ríe] Cientos. Es un clásico. A la gente le encanta la competición de “autenticidad” de este sitio o aquel otro, y te otorgan puntos por quedarte, como si eso fuese algo bueno por definición. Lo que me jode es que aún me angustia escuchar ese tipo de críticas. Tengo casi síndrome de culpabilidad del superviviente. Me apena pensar en toda la gente de mi pueblo que era igual o más lista o estaba más preparada que yoy que, pese a ello, no llegaron al lugar donde yo estoy, solo porque esos sitios están estructurados injustamente. En mi caso, quedarme en el lugar donde nací no era siquiera una opción, porque en mi pueblo no había universidad ni posibilidad de conseguir una educación. Si eres de Nevada y quieres educarte, tienes que irte. A veces deseo vivir allí aún, no haberme ido. Paso mi vida rebotando por Estados Unidos de una beca a otra, ya no soy de ningún lugar. Pero a la vez sé que me hubiese sido imposible quedarme. Es un sitio maldito, al menos para mí.
Algunos paisanos tuyos sí se quedaron. Larry Brown, o Donald Ray Pollock, por ejemplo, jamás se alejaron de la fuente de su alienación. Me pregunto qué leshizo eso a su escritura.
No me entiendas mal, yo regreso siempre que puedo, y lo visito a menudo, pese a lo doloroso y triste que me resulta. Mis amigos siempre me preguntan por qué querría alguien pasar sus vacaciones en el Valle de la Muerte. Es quizás el peor destino del mundo. Pero, para decirlo de un modo cursi, tengo que rellenar el pozo. Cuando noto que me estoy secando vuelvo a Death Valley, y me leo el periódico local, paso horas en el bar del pueblo, hablando con la gente, me voy de excursión al monte, y al cabo de unos días vuelvo a sentir que sé de dónde vengo. Esas historias surgen de la tierra, y vienen a mí. Cada cierto tiempo tengo que regresar al desierto y atrapar esas historias y meterlas en una botella. La fuerza que anima mi trabajo es la elegía. La tristeza y el luto. Y hablo de luto no solo por la muerte física, literal, de mis padres, que desde luego moldeó Nevada, sino también por el lugar. La añoranza de un paisaje, y la nostalgia por aquel lugar. Los norteamericanos siempre atraviesan corriendo su aflicción. No resulta una emoción constructiva, no te hace comprar más mierda, así que la apartas de ti lo más rápido posible. Pero mi trabajo sería muy distinto si no estuviese lleno de anhelo y aflicción.
Alguien debería acuñar un término para la sensación de dolorosa nostalgia por un sitio al que no deseas regresar. Que preferirías pegarte un tiro en la cara antes de volver a él. No sé, mierdalgia, o algo así.
[ríe] Prometo pensar en ello. Porque esa sensación existe y es muy precisa. Es repulsión y atracción simultáneas. Es precisamente la tensión de la contradicción lo que hace que muchas cosas, “mierdalgia” incluida, sean interesantes. Ninguna de las dos emociones, por sí mismas, son tan fascinantes como la combinación de ambas.
De tus historias me encanta el rechazo a la moraleja. Me recuerdan a la Flannery O’Connor de 'Un hombre bueno es difícil de encontrar'. Tus protagonistas a veces buscan algún tipo de enseñanza moral, pero tú se la niegas. Ni siquiera son “buena” gente.
Lo mejor que puede suceder en mis historias es que al final la gente sea capaz de conectar. De tocarse la una a la otra a pesar de las diferencias y las distancias. Antes mencionabas a Donald Ray Pollock, con quien estudié en la universidad de Ohio State. Él me convenció para que hablase de Nevada en mis historias, porque tenía algo que no tienen otros sitios. Él me dijo que me clavara en un sitio, en Nevada, que eso me resultaría artísticamente rentable. Pero a la vez, mi libro no es como 'Knockemstiff', donde los personajes entran y salen de las vidas de los demás, y reaparecen en esta o aquella historia. El tipo de cameos que utiliza DR Pollock no funcionarían en Nevada, un sitio tan enorme, tan aislado, tan remoto… Hay una cierta esperanza implícita en el hecho de que puedas volver a ver a alguien. Es como una segunda oportunidad. Pero en 'Nevada', mis personajes solo tienen una oportunidad. No van a reaparecer dos historias más adelante, habiendo sobrevivido su juventud salvaje, o lo que sea. En 'Rondine al Nido' hay un instante en que las dos protagonistas, cuando están en la cama con aquellos abusadores, tienen la oportunidad de entrar en contacto la una a la otra, y decirse “salgamos de aquí ahora que aún estamos a tiempo”, pero no lo hacen. Se quedan. Tienes la oportunidad de establecer ese contacto valiente, y actúas en consecuencia, o reculas por miedo. Mis protagonistas reculan. Como si no pudiesen alterar su destino. Esa es la alienación que el paisaje te impone.
Me perturbó haber sido testigo (leyendo 'Rondine al Nido') de ese momento en que puedes hacer algo bueno por un instante, y tal vez alterar tu destino de mierda, pero no lo haces.
No es uno de esos casos claros de coerción, donde todo es blanco y negro, acosador y acosada. En este caso, ellas se coaccionan a sí mismas, porque son listas, y saben lo que esta cultura espera de ellas, y buscan amor, o su sucedáneo más cercano. Son lectoras muy inteligentes de su propia cultura, saben que fueron a Las Vegas para eso. Han vivido a la sombra de ese sitio todas sus vidas, saben lo que se va a hacer allí. Quieren convencerse de que lo que les está sucediendo es idea suya. “Vamos a simular que ahora nos apetece esto”, para que no sea violación, y de ese modo recobremos nuestra voluntad en esta situación imposible.
No es la opinión más popular ahora mismo. Pero es la que mantiene Mary Karr en 'El club de los mentirosos', por ejemplo. Ella siempre dice que, a pesar del abuso al que fue sometida, rechaza el papel de víctima.
A ver, este tipo de ambigüedad no es la que querrías en tu relación amorosa, o en el departamento de recursos humanos de tu empresa. Pero es la ambigüedad en la que sí se puede hallar una novela. Mi historia dice que esas dos chicas conservan algo de libre elección a la vez que sin duda están siendo abusadas. Por añadidura, el patriarcado abusa también de los hombres. La masculinidad no es buena para los hombres. A esa segunda ola de feminismo, del que es ejemplo Mary Karr, se suma ahora una tercera ola, que dice que puedes ser una luchadora, más fuerte que la hostia, que rechaza ser una víctima, a la vez que ves que existes en un sistema de opresión y desigualdad. Un sistema doblemente obsceno porque se da en una nación que siempre se llena la boca con la grandeza y la igualdad. Haz lo que predicas, América. Llevas doscientos años con la monserga, vamos a ver si por una sola vez estás a la altura de los valores que predicas. 'Rondine al Nido' es una historia que dice algo muy explícito sobre los Estados Unidos. Me interesa el microabuso y la victimización que se da a nivel personal, pero también la que se da desde la Nación, desde Dios, o los patriarcas, o quien sea.
"El rol de mi padre era conseguir chicas para Manson, lo cual es moralmente arriesgado"
Eres hija de Paul Watkins, miembro de la Familia Manson. Supongo que te lo comenta todo el mundo todo el rato.
No les culpo. Uno tiene que preguntar algo así, es demasiado grande como para ignorarlo, y además yo misma estoy fascinada por ese hecho y mi obra está llena de referencias al tema. Lo que sucede es que no se trata de referencias explícitas al legado, como las que puedes hallar en 'Helter Skelter'. En mi caso se combinan la parte pública y escabrosa de la historia de mi familia, que se mezcla con mi añoranza y duelo. 'Helter Skelter' o las memorias de mi padre aportan la crónica negra, así como los hechos horrendos del caso Manson, y el ocaso de la contracultura, que tantos otros escritores han tocado y tan bien, y eso se junta en mi obra con la historia de una niña que, simplemente, echa de menos a su padre. El rol de mi padre era conseguir chicas para Manson, lo cual es moralmente arriesgado. Su actividad en cierto modo me hizo novelista. Mi madre también es importante, era una historiadora y naturalista que me arrastró por una cantidad innumerable de reuniones de AA, pero es la figura de mi padre la que me empujó a la narrativa.
No quiero sonar frívolo pero, considerando el resto de Familia, podríamos decir que te tocó de padre el miembro majo del grupo.
Exacto. Y su historia tiene toques de heroísmo. Cuando dejó la Familia tuvo que andar cincuenta kilómetros por el desierto, y se llevó a unas cuantas mujeres con él, liberándolas. Hay partes oscuras, pero también inocencia, brillantez y arrogancia, por no decir creación artística. Mucha gente olvida que una gran mayoría de miembros de la Familia estaba allí porque querían hacer música y ser famosos. Se les ha acabado encumbrando como ejemplos (malignos) de la Contracultura, y Joan Didion dijo aquello tan famoso de que los años 60 terminaron aquel día, pero los valores de Manson eran el sexismo, el racismo, la misoginia, el anhelo de poder y dinero, la codicia. Sus valores son mainstream y capitalistas, por mucho que siempre despotricara contra el statu quo. Así que más que el fin de los sixties, yo diría que aquello es el fin del sueño capitalista en los Estados Unidos, o algo así. La historia de la Familia es 'über-americana'. Mi padre no era una excepción. Paul Watkins tiene esa cualidad enigmática y prodigiosa de figura icónica, por un lado, y a eso se añade el hecho que la mayoría de historias sobre él las escuché en boca de mi madre, que era una gran contadora de historias. Mi madre no tenía la menor tolerancia por el sentimentalismo, era una artista del lenguaje y escritora, y eso añadió a esas historias una capa extra. Si ibas al museo de rocas que tenía con mi padre en Tacoma te dabas cuenta de que la mayoría de piezas no eran del todo rigurosas [ríe], pero le servían a mi madre para contar una historia. Era como un museo de historia natural postmoderno.
Podrías haber contado cualquier historia de la Familia Manson, incluso de sus miembros de segunda, pero en 'Fantasmas, Cowboys' tomas la tangente y relatas un lateral oblicuo de la saga.
El destino del personaje que llamo Razor Blade Baby. Me fascinan los momentos de una historia en que debería haber una nota al pie y no está. En ese caso, se trata de uno de los niños de Manson. Mi nuevo libro es una novelización de ese cuento, solo que va en otra dirección (también oblicua). Revisito la vieja pregunta de qué es lo que heredamos. El momento de ese nacimiento. Charles Manson en persona corta el perineo de la madre con una cuchilla de afeitar. Qué nacimiento más auspicioso, ¿verdad? Pero a la vez tiene ese punto heroico. Vuelve a haber esa tensión entre opuestos, lo sórdido y lo épico.
¿Siete años después, cómo ves 'Nevada'? Después de todo, era tu debut. Y tenías veintidós años.
Tengo la clásica ambivalencia sobre mi debut. Lo escribí muy joven, eso para empezar. Me siento hacia ese libro como me siento respecto al tatuaje que me hice sobre la misma época. Lo veo y entiendo quién era yo entonces, pero no es quién soy ahora (me alegra haber dejado atrás ambas cosas, tatuaje y libro). A la vez, me siento orgullosa de haberlo escrito, y de la persona que era en aquel momento. Hay dos tipos de historias en Nevada: viejo encuentra algo en el desierto o chica joven con trauma materno viaja en moto por Nevada. Si tengo que serte sincera, escribí las partes del viejo para justificar las partes de la chica joven, porque no quería ser considerada una escritora “para mujeres” y quería probar que podía escribir en la tradición de Cormac McCarthy o Harry Crews, los escritores duros y cabezotas del Oeste que realmente admiro.
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