EL LIBRO DE LA SEMANA

'Gente normal': Jane Austen para 'millenials'

La británica Sally Rooney escribe una novela de amor que solo puede ser entendido y destruido a través del tiempo

La escritora británica Sally Rooney. 

No es casual que Connell, el tímido letraherido que protagoniza 'Gente normal', salga tembloroso y emocionado de la biblioteca de la universidad antes de terminar la 'Emma' de Jane Austen. En cierto modo, la novela de Sally Rooney es la que habría escrito la autora de 'Orgullo y prejuicio' en estos tiempos de lectores ‘millenials’. En la historia de amor entre Marianne y Connell encontramos los obstáculos, actualizados a conveniencia, que los enamorados de Austen solían percibir como parte de su camino hacia la felicidad. Uno es, por supuesto, la diferencia de clases; otro es el modo en que el azar se alía para separar lo que debería estar unido. Tal vez 'Gente normal' esté menos atenta que cualquier obra de Austen a las costumbres y hábitos sociales que definen el comportamiento de sus personajes, pero es igual de documental en lo que respecta a las maniobras boicoteadoras del amor.

Marianne y Connell son el reverso el uno del otro, y así los trata Rooney, siempre bajo el influjo del lugar que habitan. Ella ha crecido en una familia abusiva, él con una madre soltera comprensiva y cordial. En el instituto, ella es la rica pero también la marginada, la rara, la tímida; él es de clase baja, pero juega en el equipo de fútbol, cae bien a todo el mundo y tiene una larga cola de pretendientes. En la universidad será, cómo no, al revés. Ambos parecen intercambiarse los papeles como si fueran dos partes de una misma entidad que no acaban de encajar. La novela, que podría ser la versión ‘arty’ de esos romances juveniles que se convierten en saga en los estantes de los grandes almacenes, es la crónica de ese encaje, del modo en que Marianne y Connell se dan cuenta de que “las personas pueden transformarse de verdad unas a otras”.

Lo más interesante de 'Gente normal' es su estructura, concertada por su singular manejo del tiempo. El estilo es directo, sencillo, sin florituras, pero Rooney divide los cuatro años durante los que transcurre la acción en capítulos separados por distintos intervalos de tiempo, días, semanas o meses. El relato está sometido a una elipsis constante, que abisma no solo la vida de los protagonistas sino de la gente que los rodea. Esas elipsis existen para revertir los papeles de Marianne y Connell, para que no sepamos si siguen juntos o no, si volverán a verse o no, interrumpiendo su historia de amor como picos en un electrocardiograma. Sirven, también, para difuminar cada vez más las frustrantes experiencias que atraviesan en sus vidas paralelas, aproximando el foco, cerrando el diafragma sobre su predestinación, aislándolos en su deseo y su necesidad mutua, por mucho que la novela no acabe con un sacrificio romántico sino con una incógnita. Es el tiempo el que los ha separado, y seguirá haciéndolo, más allá ya de su condición social, de sus novios mediocres o abusivos, de su amor en acto o en potencia. Ambos habrán aprendido que nada importa tanto como entender que el tiempo, con sus saltos y sus caprichos juveniles, nos hará sabios, para bien y para mal.