CRÓNICA

Alice Cooper, bienvenida pesadilla en el Sant Jordi Club

El mago del 'shock rock' no se olvidó de ninguno de sus 'gags' teatrales en su efectivo regreso a Barcelona a lomos de sus clásicos de los 70

Alice Cooper durante su presentación en el Sant Jordi Club. / FERRAN SENDRA

Alice Cooper sigue publicando discos (el más reciente, 'Paranormal', del 2017), pero hace ya mucho tiempo que se percató de que, en sus conciertos, el público no solo espera sino que exige que suene una y otra vez la vieja canción. Aquí, canción en un sentido tan literal como metafórico: los 'gags' teatrales son también, a su manera, 'hits' que uno espera para reafirmar sus creencias y sentir que ha tocado la mitología, y que no pierden gracia aunque los haya visto una y otra vez.

En ese arte de la recreación, Alice Cooper es un as, y sus espectáculos son pura eficiencia, dándolo todo con un ánimo perfeccionista, sin pretensiones intelectuales y sin abusar de la paciencia del fan. Su 'show' de este domingo en el Sant Jordi Club apenas alcanzó los 85 minutos, pero, ¡qué 85 minutos! Un castillo de cartón piedra sacado del tren de la bruja, una novia cadáver (su hija, Sonora Cooper) a la que Alice persiguió con las manos manchadas de sangre, una camisa de fuerza con la que cantó (bien) la aparatosa 'Steven' y una escena final de decapitación tras la cual sus músicos entonaron como posesos 'I love the dead'. Encantador.

La fiera Nita Strauss

Todo ello, dispuesto como un musical teatral en el que las canciones eran la viscosa pasta aglutinadora desde la apertura con 'Feed my Frankenstein' y a través de las siempre disfrutables 'No more Mr. Nice Guy' o 'I’m eighteen'. El señor Vincent Furnier, hecho un pincel a los 71, modulando ese sonido rock de filiación hard, con vestigios glam y ocasionales vistas al metal y el AOR: ese 'Poison' tan MTV. Junto a él, una banda aplastante con tres guitarristas, entre ellas la peligrosa Nita Strauss, con permiso para oficiar un largo solo camino de 'Roses on white lace'.

Alice, batuta en mano, sustituyendo una levita por otra, dirigió al grupo en la sección de repertorio más dramática, con un apreciado 'oldie', 'My stars' dando paso a 'Devil's food' y 'The black widow', directos al corazón del álbum 'Welcome to my nightmare' (1975), secuencia central de la noche. 'Shock rock' de primera generación, con impulso ritual pero todavía refrescante, con toda su inocencia, erigiendo una vez más a 'School’s out' como himno de la rebelión educativa y fundiéndolo, como hace dos veranos en el Rock Fest de Can Zam, con 'Another brick in the wall, part 2', de Pink Floyd, para que volviéramos todos a casa pensando que volvíamos a tener 16 años.

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