RETRATO DE DOS FIGURAS EMERGENTES

El poder del flamenco catalán

La escuela barcelonesa vuelve a brillar con el triunfo de 'El Mati' y Olga Llorente en el prestigioso festival de Las Minas

El Mati canta en la final del Festival de Las Minas. / EFE / MARCIAL GUILLÉN

Era emoción dentro de la emoción lo que embargaba a 'El Mati' y Olga Llorente cuando subieron hace una semana al escenario del Antiguo Mercado Público de La Unión, en Murcia, para la ceremonia de premiación del Festival Internacional del Cante de las Minas. Por un lado, la emoción evidente: Matías López Expósito, 'El Mati', cantaor barcelonés de 34 años, se llevaba la Lámpara Minera, el principal galardón de este concurso prestigioso, referente en el mundo del flamenco; Olga Aznar, de apellido artístico Llorente, barcelonesa también, 28 años, el premio Desplante Femenino a la mejor bailaora. En esa cumbre estaban ambos, notable cumbre, y desde ella compartían en privado la segunda emoción, que 'El Mati' explica así: "Y estábamos allí, recogiendo los premios, y ella me miraba y me decía: 'Madre mía, 'Mati', qué barbaridad, quién nos lo iba a decir, si es que éramos dos enanos’. Y yo solo decía: 'Ya ves'".

Olga Llorente, bailando en el Festival de Las Minas. / MARÍA WANDOSELL

Hay que retroceder unos años, a la Barcelona de mediados del 2000, para entender el alcance de esa emoción privada. Entonces 'El Mati' ya era un rostro habitual de Los Tarantos, ese enclave de Ciutat Vella que es parada obligada para todos los que tienen que decir algo en el flamenco que brota de Catalunya. Llorente, seis años más joven, una niña en aquel entonces, estudiaba Danza Española en el Conservatorio Profesional. "Un día que estábamos con el guitarrista Alberto Marín la conocimos –recuerda 'El Mati'–. Ella tenía 14 o 15 años y nos encantó como bailaba. Vimos un diamante en bruto", dice. Marín y 'El Mati' hablaron con los padres para que la dejaran subir al escenario. "Joan Mas, el director de Los Tarantos, nos decía: 'Me vais a meter en un problema, esa niña es menor de edad, no puede trabajar'. Y nosotros: 'Es que es una artistaza, esta niña es un diamante en bruto, va a llegar muy lejos'".

Taxis de ida y vuelta

Los padres de la bailaora accedieron encantados: como era menor de edad, firmaron en su nombre los contratos y siempre estuvieron presentes cuando subía al escenario. "Tenían que estar ahí siempre –recuerda ella–. Y tenían que firmar todos los contratos, yo no podía firmar". "Nosotros nos encargábamos de ir en taxi a recogerla y llevarla al tablao, y después, de llevarla en otro taxi a su casa", recuerda él. "Fue con la primera persona que yo trabajé en un tablao, con 'El Mati'", dice Llorente. Tal es la sustancia de esa emoción compartida, el otro día en el Antiguo Mercado Público: muchos años después, el cantaor y la bailaora que se habían conocido de chicos, que habían compartido los inicios, tocaban una suerte de firmamento a la vez. "Fue muy emocionante –dice ella–. Vernos a los dos después de tantos años con este reconocimiento fue muy emocionante". "Tenemos un vínculo muy especial", dice 'El Mati'.

Los dos se subieron por primera vez a un escenario en el tablao de Los Tarantos, en Ciutat Vella

Matías López, 'El Mati', es uno de los 13 hijos de Gabino de Badajoz, cantaor de festivales y peñas flamencas de los años 70 y 80 en Barcelona. "Me viene por ahí, por la raíz paterna", dice. "Mi padre llegó muy pequeño, tenía 12 años cuando llegó a Sabadell, a la Creu Alta, y mi madre llegó con 15 o 16". Venían de Extremadura. Con el tiempo, la familia acabó instalándose en Badia del Vallès, en una casa que exudaba flamenco por las esquinas. "Desde muy chico ya estaba con la música, tocaba la guitarra, la percusión, el piano, era un culo inquieto con la música. Y un día conocí a Alberto Marín, que acababa de entrar en la Esmuc y me dijo que tenía que dedicarme a esto, meterme de lleno, ser profesional. Y yo dije: 'Venga, vale'. Tenía 19 años. Dejé mi trabajo, que era de pintor en una empresa en Barcelona, y al poco entré en Los Tarantos". El 2 de mayo del 2005 subió por primera vez al escenario.

El Mati, en su casa del Coria del Río, en Sevilla. / JAVIER DÍAZ

En casa de Olga Llorente no se escuchaba flamenco. "Yo creo que a mí me viene de las raíces que traigo: mi familia por parte de madre es de Granada, y por parte de padre de Murcia y Alicante. Yo creo que de ahí me viene, porque a mis padres nunca les llamó la atención. En mi casa nunca se escuchaba flamenco". Las raíces o la sangre hicieron que desde muy pequeña la tentara el baile, realmente muy pequeña: "Con cuatro años ya quería bailar flamenco. Veía una falda de lunares y me volvía loca. Las mismas maestras le decían a mis padres que me apuntaran a flamenco porque era lo que me gustaba, y así fue". Empezó en la Escuela La Tani y más tarde entró en el conservatorio. En medio, tomó clases esporádicas, cursos que duraban tres o cuatro días con maestros del baile que pasaban por Barcelona: Belén Fernández, Antonio Canales, Eva Yerbabuena, Rafaela Carrasco, Belén Maya, Farruquito; entre otros. "Muchísimos artistas de primer nivel –dice–. Era una época en que había mucho movimiento en la ciudad, venía gente muy buena y eso fue muy positivo para el flamenco que se hacía allí".

Él se alimentó del mestizaje de BCN y ella aprendió de las figuras que pasaban por la ciudad 

Es una suerte de impronta barcelonesa: el alimento artístico; su pluralidad. "Yo creo que Barcelona te marca bastante –dice 'El Mati'–. Hay muchos compañeros que me dicen: 'Tío, tienes la mente súper abierta, las melodías que se te ocurren', y yo creo que ha sido la influencia de Barcelona. Cuando yo empecé a cantar había muchos artistas emergiendo con los que nos juntábamos para hacer 'jam sessions' de jazz, o de música africana, o brasileña, y nos encantaba, teníamos esa necesidad de investigar y de disfrutar, y eso que es tan de Barcelona ha tenido consecuencias en mi manera de cantar". Es decir: ¿el mestizaje? "Totalmente", dice.

Otros horizontes

Lo cual no está reñido con la necesidad de hacer las maletas y marchar: 'El Mati' vive desde el 2008 en Sevilla, y Llorente desde hace seis años en Madrid. "En el 2007 –dice él– recibí una oferta de trabajo para irme a Japón unos meses, a trabajar en un famosísimo tablao que hay allí, el Flamenco de Tokio, y después de esos seis meses al volver a Barcelona me di cuenta de que necesitaba más, irme a la madre del flamenco. Entonces decidí venirme a Sevilla". Lo que encontró allí fue "la autenticidad", dice él; o, dice él también, el sentido de las cosas. "Encontré algo que nunca me había planteado hasta que llegué aquí, y fue que todo cobraba sentido. A nivel artístico, a nivel de flamenco, empecé a entender realmente el carácter que tienen los cantes, las formas de hablar, las calles, hay muchas letras de flamenco que hablan de lugares, y hasta que no estás aquí no entiendes realmente lo que quiere transmitir esa letra, ese cante".

Son hijos de la inmigración del sur de España: Extremadura, Granada, Murcia...

"Catalunya es un sitio magnífico para prepararte –dice Llorente–. Tiene muy buenas escuelas y ha habido muy buen flamenco toda la vida, pero llega un momento en que tienes que seguir avanzando, y para seguir avanzando tienes que moverte. Madrid al fin y al cabo es la capital y todo el mundo va a parar allí, es la concentración de todos los artistas de primer nivel. Hay que ir donde hay más movimiento artístico". En Madrid Llorente es asidua de todos los tablaos importantes, Las Carboneras, el Corral de la Morería, el Villarrosa, Casa Patas, como lo es 'El Mati' –año redondo para 'El Mati': acaba de editar su primer disco, 'Doce de cuatro'– de los de Sevilla: el Arenal, la Casa del Flamenco, la Fundación Cristina Heeren. Ahora, Las Minas ha puesto en el mapa del flamenco a estos dos catalanes, y los dos saben que es a la vez premio y desafío. "Es un premio que te abre más caminos y puertas para seguir avanzando –dice Llorente–. Y al final se trata de eso, de avanzar". 

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