Interiors es el título de una película clave en la filmografía de Woody Allen, con la que dio un giro radical a su trayectoria dejando atrás definitivamente las comedias desenfrenadas para pasar a un drama familiar a lo Bergman. Nada sería igual a partir de entonces e incluso cuando regresó de vez en cuando al humor ya sería más sofisticado y elegante. Esta misma denominación recibe el nuevo espectáculo que se representa en la céntrica sala Atrium pero, como ya avanza la frase promocional, nos encontramos frente a un montaje que puede tener alguna influencia de Allen (Hannah y sus hermanas oHannah y sus hermanas  Maridos y mujeres a sus deliciosos Cuentos de las cuatro estaciones o El amigo de mi amiga.

El escenario representa el comedor de una casa cerca de la playa donde se vislumbran al fondo tanto un recibidor como una tela blanca que parece separarlo del dormitorio. Una mesa con cuatro sillas y un pequeño sillón destacan entre el mobiliario. Los créditos son similares a los de una película, en blanco sobre negro como acostumbra a hacer Woody, y se proyectan sobre la pared mientras una música dulce nos acompaña.

Una reunión muy incómoda

Una joven entra en una habitación donde le pide disculpas a otra mujer y la acción se interrumpe. ¿Qué ocurrió? Le sigue un flashback (típico recurso cinematográfico para volver hacia atrás en el tiempo) y descubrimos a una pareja, Sara y Hugo, que está tomándose unos días de descanso en la casita de sus padres. Todo va bien hasta que él se reencuentra con Àgata, su antigua novia que lo abandonó tiempo atrás, y con la que coincide casualmente en el pueblo. Va acompañada por su nuevo amante, Simó (Alejandro Bordanove), un veinteañero algo más joven que ella.

Hugo (Sergio Matamala) les invita a comer en una reunión en la que se suceden los silencios incómodos, las indirectas y las puyas en una guerra soterrada de ellos, por un lado y ellas, por otro. El muchacho quiere ser actor y está preparándose para hacer Hamlet, los mimos que le hace a Àgata, todo enciende a Hugo, que se ríe de él. Sonrisas forzadas y fingidas.

Solos reflexivos que emocionan

Entre una escena y otra se suceden los solos de Sara, en los que reflexiona sobre las diferencias entre ambas, su confianza en su pareja, su necesidad de que alguien la cuide. Son los momentos más conmovedores y en los que la actriz, Concha Milla, también autora y directora de la obra, se desnuda emocionalmente. Es una mujer herida que parece arrastrar un pasado difícil que podemos intuir entre líneas y que te enternece. La acción regresa otra vez a la escena inicial que ahora se alarga un poco más y sirve de preámbulo al siguiente flashback en el que ya conoceremos, entre vinos y cervezas, lo que provocó el conflicto y sus consecuencias.

Es un análisis sereno y maduro sobre las relaciones de pareja, la oportunidad de rehacer la vida, el lastre del fantasma del pasado y la debilidad humana que nos hace, en el fondo, más iguales. Todo ello brindado por un grupo de jóvenes talentos en el que todos hacen de todo y a nadie se le caen los anillos. Por ejemplo, no nos extrañe si la chica que nos vende las entradas descubrimos luego que es la otra actriz (Patricia Mendoza). Esto es teatro artesanal hecho con cariño y mucha voluntad y que nos permite, en poco más de una hora, invadir el interior de los demás. Seguro que a Woody y a Eric les encantaría.