La gran obra maestra de Hayao Miyazaki vuelve a los cines 30 años después de su estreno, y sigue deslumbrando. Acompaña a dos pequeñas hermanas que pasan los días de verano explorando los bosques, y que allí descubren a un grupo de tiernos espíritus; por tanto, podríamos considerarla una historia de fantasmas de no ser porque en ella prácticamente no hay historia -ni conflictos, ni villanos, ni misterios, ni lecciones vitales-. Y no le hace falta. Al público infantil le ofrece adorables criaturas como el propio Totoro -el equivalente visual de un abrazo- o el Gatobús y, a los adultos, una certera mirada a los placeres y los sinsabores de la infancia. Tras penetrar en su cautivador mundo, ni unos ni otros querrán regresar al nuestro.