Mísia no quiere dejarse limitar por los moldes de la tradición ni trabaja para hacer el fado más ligero y accesible. Ni una vía ni la otra: Mísia es, más bien, Mísia y nada más, una intérprete con poderes para crear un mundo en cada espectáculo, afiliado a la poética del fado pero con derecho a explorar otras estéticas y sensibilidades. Un fado que “no es simpático ni pide aplausos”, advirtió este domingo en Barts.
Esos aplausos llegaron solos, claro, por parte del público que acudió a la llamada del Festival de Fado, familiarizado con esta voz que en los 90 marcó un punto y aparte en la renovación del género. Aquella Mísia de flequillo afrancesado y ‘cool’ luce ahora un poco más natural, quizá menos sujeta a la idea de personaje, con una actitud afín al fondo de su nuevo espectáculo, ‘Pura vida’. Recital de supervivencia y celebración, que, en atención al contexto del festival, se centró en el cancionero más fadista (el disco del mismo título, que grabará en noviembre, incluirá también piezas de Bola de Nieve, Piazzolla y Rodrigo Leão), aunque con colores instrumentales heterodoxos.
Canción mundana
Ahí estuvo el piano de Fabrizio Romano, complementándose con la guitarra portuguesa, que aportaba la conexión lisboeta, y los puntos de fuga hacia una canción mundana quizá apátrida aunque con guiños a la plástica tanguera aportados por el violín y el clarinete bajo. Canciones como ‘Auséncia’ y ‘Destino’, las primeras de la noche, que Mísia cantó con pulcritud, en las que el fado era presentido aunque la caligrafía mostrara trazos libres. Y el ‘Fado Maria’, en el que recordó su identidad bautismal, Susana Maria, en su día desplazada por la de Mísia. “Un nombre de mujer complicado como yo”.
Cantando a autores como Miguel Torga, y pidiendo un reconocimiento a “la generosidad de los poetas”, Mísia fue basculando, como dijo, “entre el cielo y el infierno”, de la vida a la muerte, coronando algunas piezas, como ‘Ouso dizer’, con el característico y enfático punto y final inspirador de alguna que otra exclamación espontánea: “¡Fadista!”. Piezas como ‘Os homens que eu amei’ y ‘Viagem’ dejaron a su paso sustanciosos pliegues melódicos y, para el bis, Mísia reservó dos partituras ajenas que abordó con sentimiento y elegancia: ‘Plou al cor’, de Serrat, y ‘Lágrima’, de la inevitable Amália Rodrigues. Un icono fadista para una intérprete que se toma sus libertades y que celebró haber construido un público estable en Barcelona. “Pido poco: espero veros para siempre”.