'The Equalizer ' (2014) no era más que un deprimente muestrario de torturas y sangrientos homicidios, que Robert McCall (Denzel Washington) ejecutaba por las causas más nobles y por tanto convertía en motivo de aplauso y celebración. Nada más empezar esta secuela el héroe ecualiza a un grupo de secuestradores primero y a otro de violadores poco después, pero en general su metraje incluye algo menos de carnicería.

Eso debería ser algo bueno, pero no. Para suplir ese déficit el director Antoine Fuqua ni revela cosas nuevas del personaje ni expande su universo. Se limita a pasearlo por una trama tan simple que la incapacidad de Fuqua para dotar de sentido nada de lo que sucede resulta especialmente inexplicable. A subrayar la falta de lógica argumental contribuye la extrema lentitud narrativa, sin duda causada por el empeño de la película en arrogarse un tono melancólico y una fachada general de trascendencia. En esos apartes, el McCall interacúa con una sucesión de personajes innecesarios sobre los que vomita discursos sobre los beneficios del trabajo duro y los peligros de una vida consagrada a la violencia.

El sermoneo, dado el obvio deleite que a él mismo le provoca dar cera, deja claro que el señor Ecualizador es un hipócrita. Pero su mayor defecto es que es tan invencible, y le cuesta tan poco serlo, que resulta imposible sentir interés por nada de lo que le pasa. Es posible que Washington no hay interpretado otro personaje tan insulso en toda su carrera. A estas alturas, es cierto, el actor se ha ganado el derecho de patear algunos traseros a cambio de un salario absurdamente elevado y sin tener que preocuparse por cómo irá vestido a la gala de los Oscar. Por otra parte, ¿era necesario desperdiciar de tal modo su talento para ejercerlo?