La premisa de Blanco perfecto es simple: un grupo de jóvenes viajeros son emboscados en plena carretera por un francotirador, e inmediatamente empiezan a morir. El problema es que, a causa de las acartonadas interpretaciones y los terribles diálogos, esos personajes carecen de vida alguna desde el principio, y por tanto que sus cráneos exploten no supone una gran pérdida. El director Ryuhei Kitamura trata de generar suspense a base de virguerías visuales, pero no le funciona. En última instancia, eso sí, la película es tan honesta sobre su propia absurdez que es difícil tenérsela en cuenta.