La Semana Santa con sus ritos ceremoniales, su iconografía religiosa y sus costumbres inamovibles se convierte en el escenario ideal para introducir la mecha de la revolución feminista y desplegar una pegadiza comedia a golpe de mantilla y torrijas. La ópera prima de Marta Díaz tiene la capacidad de remover los cimientos del patriarcado sin ofender, siendo de lo más respetuosa con creyentes y ateos. Quizá su alcance hubiera sido mayor sin esa timidez a la hora de abrazar la iconoclastia y el esperpento, pero el resultado de igual forma es una película con chispa que genera una empatía inmediata.